Un grito de indignación desde el corazón de la Ciudad de México
En la noche del 3 al 4 de mayo de 2025, me detengo, con el corazón desgarrado, con la rabia encendida, con la memoria como una llama que no se apaga, a enfrentar una herida que no solo sigue abierta, sino que se agranda, se infecta, por la indiferencia, por la opacidad, por la falta de humanidad de un gobierno que debería ser nuestro guardián, nuestro protector, hace cuatro años, en esa misma noche, del 3 al 4 de mayo de 2021, en Tláhuac, la Línea 12 del Metro colapsó y con ella, se desplomaron 27 vidas, 27 mexicanos, 27 historias llenas de sueños, de risas, de planes, de luchas, que se apagaron en un instante, bajo el peso de una estructura fallida, de un sistema traicionado por quienes lo gestionan, por quienes juraron cuidarnos, no fue solo concreto y acero lo que se vino abajo, no, fue la confianza de una ciudad, el futuro de familias destrozadas, la fe de millones, como yo, que subimos al Metro con el alma en vilo, con el miedo susurrándonos si llegaremos a casa, si veremos otro amanecer, cuatro años después, me pregunto con la indignación quemándome el pecho: ¿qué han hecho?, ¿qué han aprendido?, ¿cómo se atreven a pedirnos paciencia, a pedirnos olvido, cuando las investigaciones se arrastran, cuando la justicia es un espejismo, cuando la verdad sigue enterrada bajo excusas, bajo silencios, bajo una arrogancia que hiere más que el propio colapso?
El dolor de esa noche, ese dolor que aún nos atraviesa, vive, respira, en los altares que las familias sostienen con velas, con fotos, con recuerdos que no se desvanecen, que no se apagan, vive en las lágrimas que no se secan, en las cicatrices de los sobrevivientes que, con una fortaleza que estremece, que sacude, siguen adelante a pesar de todo, a pesar del abandono, a pesar de la indiferencia, cada vez que cruzo una estación, cada vez que escucho el traqueteo de un vagón, pienso en ellos, en esas 27 almas que, como yo, como tú, confiaron en el Metro, en su promesa de llevarnos a un abrazo, a un sueño, a un mañana, pero también pienso en la traición, en la frialdad de un gobierno que, en lugar de arrodillarse ante las víctimas, de pedir perdón con humildad, con decencia, ha elegido evadir, ocultar, maquillar la verdad con discursos vacíos, con promesas que se deshacen como polvo, que se desvanecen en el aire, la falta de empatía, esa indiferencia que corta como navaja, es una bofetada al alma, un insulto a la memoria de los caídos, ¿Cómo es posible que, ante el dolor de una ciudad, respondan con evasivas, con cifras frías, con una arrogancia que pisotea el duelo, que desprecia a quienes aún lloran?
Las investigaciones, que deberían ser un faro, un camino hacia la verdad, se han convertido en un laberinto, un pantano de opacidad, un reflejo cruel de la negativa del gobierno a aceptar sus errores, a mirar de frente su responsabilidad, la empresa noruega Det Norske Veritas (DNV), contratada por la propia jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, para esclarecer las causas del colapso, entregó tres informes que fueron como un puñetazo: fallas graves en el diseño, en la construcción, en la supervisión y si, en el mantenimiento, una verdad que el gobierno no quiso escuchar, el primer informe, presentado en junio de 2021, señaló una “falla estructural” por problemas en la construcción, como soldaduras deficientes, pernos mal colocados, errores que condenaron la estructura desde el principio, el segundo, en septiembre de 2021, detalló cómo la falta de fusión en los pernos hizo que la estructura funcionara de manera inestable, incapaz de soportar el peso del tren, una bomba de tiempo que nadie quiso ver a pesar de los cientos de avisos de los usuarios, el tercero, en mayo de 2022, fue el más duro, el más claro: no solo reiteró los errores de construcción, sino que señaló la falta de inspecciones, la negligencia en el mantenimiento como factores clave, como piezas de un rompecabezas que el gobierno, en un acto de soberbia, rechazó de inmediato, calificando el informe de “tendencioso” de “deficiente”. Sheinbaum, en lugar de escuchar, demandó a DNV, rompió el contrato como si la verdad pudiera silenciarse con una firma, con un capricho, con un golpe de escritorio.
La Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México (FGJ-CDMX), liderada entonces por Ernestina Godoy, también investigó y sus conclusiones, presentadas en octubre de 2021, apuntaron a “errores en la construcción” y un diseño con “deficiencias que ponían en riesgo la estabilidad estructural”, se identificaron problemas como soldaduras mal hechas, pernos mal ubicados, falta de elementos de fijación, fallas que según la Fiscalía, no eran visibles para el personal de mantenimiento, una excusa que suena a escapatoria, a cortina de humo, sin embargo, tres de los cuatro peritajes externos contratados por la propia Fiscalía, según documentos revelados por EL PAÍS, también señalaron fallas en el mantenimiento y la inspección, una verdad que el gobierno se niega a aceptar, que esquiva como si quemara, en lugar de asumir responsabilidades, la Fiscalía acusó a diez exfuncionarios de bajo y medio rango, como Enrique Horcasitas, exdirector del Proyecto Metro y otros involucrados en la construcción, por delitos como homicidio, lesiones, daño a la propiedad, ¿dónde están los altos mandos?, ¿dónde está la responsabilidad de quienes aprobaron la obra, de quienes recortaron presupuestos, de quienes ignoraron las advertencias? Cuatro años después, no hay un solo detenido, los procesos judiciales se diluyen en aplazamientos, en tecnicismos, en un sistema que parece diseñado para proteger a los poderosos, para dejar a las víctimas en el olvido.
La opacidad es asfixiante, insoportable. La Línea 12, inaugurada en 2012 bajo el gobierno de Marcelo Ebrard ya tenía problemas desde su construcción, grietas que todos sabían, pero nadie enfrentó, en 2014, se cerró parcialmente por fallas estructurales que ponían en riesgo descarrilamientos y una comisión legislativa, apoyada por la empresa francesa Systra, encontró errores en la planeación, en el diseño, en la construcción, en la operación, además de incompatibilidad entre trenes y vías, un desastre anunciado, en el tramo Tezonco-Olivos, donde ocurrió el colapso, se detectaron irregularidades como variaciones en el concreto, desajustes en los tramos prefabricados, problemas que el terremoto de 2017 agravó, que los vecinos denunciaron, que las autoridades ignoraron, como si las vidas de los pasajeros no valieran nada, el presupuesto del Metro, reducido en un 25% en términos reales entre 2018 y 2021 y la Impunidad, refleja las prioridades del gobierno: cualquier cosa, menos la seguridad, menos la vida de los ciudadanos.
El gobierno ha preferido culpar al pasado, señalar a empresas como Grupo Carso, ICA, Alstom o minimizar las críticas, como si el problema fuera solo de otros, Carso, de Carlos Slim, llegó a un acuerdo para reconstruir el tramo colapsado y la Línea 12 reabrió parcialmente en 2023, pero esto no borra la negligencia, no borra la sangre, Florencia Serranía, entonces directora del Metro, dejó su puesto un mes después del accidente, sin rendir cuentas, sin comparecer ante la Fiscalía, un símbolo más de la impunidad, de la indiferencia, Sheinbaum en mayo de 2023, afirmó que “siempre hemos dado la cara, no hay nada que ocultar” pero sus acciones gritan lo contrario: rechazar informes, demandar a peritos, evadir el tema del mantenimiento, como si la verdad fuera un enemigo, un reportaje de Latinus, publicado el 2 de mayo de 2025, reveló grabaciones de 13 reuniones técnicas donde Sheinbaum priorizó reparaciones superficiales por falta de presupuesto, una decisión que pone en duda su compromiso, que desnuda su falta de empatía, su falta de voluntad para enfrentar el problema de raíz.
La falta de empatía es devastadora, es un puñal, las familias de las víctimas, los sobrevivientes, han sido tratados como un trámite, como números, no como seres humanos con dolor, con sueños rotos, muchos han recibido indemnizaciones, pero, como dijo Sergio Santiago Piña, un sobreviviente que perdió su movilidad: “Yo tenía sueños, un plan de vida, pero no sé si los volveré a poder hacer”, justicia no es solo dinero, es verdad, es responsabilidad, es garantizar que esto no vuelva a pasar, pero el gobierno, en su arrogancia, ha elegido proteger su imagen, su poder, por encima de las víctimas, negándose a aceptar que el mantenimiento deficiente, los recortes, la falta de inspecciones, fueron parte del problema, fueron parte del crimen.
Hemos aprendido con amargura, que un sistema de transporte no es solo rieles y vagones, es el latido de una ciudad, es la vida de su gente y descuidarlo, ignorarlo, es jugar con nuestro futuro, con nuestra sangre, la rendición de cuentas no es opcional, no es un gesto, es una deuda con cada pasajero, con cada familia rota, la memoria de esas 27 personas, sus risas, sus sueños, sus luchas, nos exige no callar, no conformarnos, no rendirnos, pero también hemos aprendido que el silencio del gobierno es complicidad, que su indiferencia es una elección, que su negativa a asumir errores es una traición, una puñalada, la tragedia de la Línea 12 nos mostró que somos una ciudad fuerte, sí, pero vulnerable y esa vulnerabilidad nos pide alzar la voz, exigir, unirnos, no dejar que el tiempo nos adormezca, que la rutina nos haga olvidar.
Como mexicano, como alguien que ha sentido el vaivén del Metro en los huesos, que ha compartido el cansancio, la esperanza, en un vagón abarrotado, me niego a que esta noche del 3 al 4 de mayo, sea solo un recuerdo, una fecha más, grito por un Metro que nos haga sentir seguros, que sea un orgullo, que honre a los que ya no están, que en cuatro años más no estemos llorando otra tragedia, no estemos buscando culpables, sino celebrando un cambio verdadero, uno que le devuelva la paz a las familias, que reconstruya la confianza, que nos devuelva la fe, esta noche, abrazo a las familias que luchan, que no se rinden, que mantienen viva la memoria de sus seres queridos con una fuerza que me inspira, que me sacude, abracemos a los sobrevivientes, que llevan cicatrices en el cuerpo, en el alma, pero que nos enseñan, con cada paso, que la vida sigue, que la esperanza no se apaga, abracemos a cada pasajero del Metro, a cada uno de nosotros, los que seguimos subiendo a esos vagones, los que seguimos confiando, los que seguimos soñando, a pesar de todo, a pesar de ellos.
No olvidemos, no dejemos de exigir, no permitamos que el ruido de la ciudad silencie este grito, esas 27 vidas, sus sueños, sus risas, sus luchas, merecen que su legado sea una ciudad más justa, más segura, más humana, que su memoria sea el motor de un cambio que no solo repare rieles, que no solo levante puentes, sino que reconstruya la confianza, la esperanza, el futuro de esta ciudad que, a pesar de todo, sigue latiendo, sigue luchando, sigue siendo nuestra.