Mi Opinión Conservadora

¡Bienvenido a Mi Opinión Conservadora! Un espacio donde tus ideas y valores tienen voz, encontrarás análisis profundos, artículos reflexivos y un enfoque único sobre temas actuales desde una perspectiva conservadora, con un compromiso inquebrantable con la verdad y el diálogo, te invito a explorar y enriquecer tus conocimientos.

Bad Bunny

No me sacude que Bad Bunny haya hecho estallar la Ciudad de México, volando ocho fechas mientras 7.5 millones de almas —¡la cuarta parte de los jóvenes del país!— se desgañitaban por un boleto, un terremoto cultural, un imán que captura el latido de nuestra gente, pero también un puñal que hiere, su música prende, une, pero sus letras, cargadas de misoginia, son un golpe a los valores que deberíamos resguardar en un México ya lastimado.

Antropológicamente, esto es casi un guion escrito, esos 7.5 millones, que representan cerca del 24.4% de los 30.7 millones de jóvenes mexicanos entre 12 y 29 años, no son solo fans; son un ejército que responde al llamado de un ídolo, Bad Bunny no solo lanza reguetón o trap; es el rugido de una generación que camina entre ruinas de promesas vacías, desigualdad que asfixia y un hastío que quema, sus rimas, crudas, sin adornos, tejen una identidad latina que nos abraza, desde las calles de México hasta Puerto Rico y el mundo, en esta era enchufada, con Spotify coronándolo y las redes metiéndolo en nuestras venas, su música es un latigazo, esas noches en el Estadio GNP, con 65,000 gargantas al rojo vivo, no seran conciertos: seran ritos, carnavales donde los jóvenes se cruzan miradas, bailan hasta el colapso y por un rato, sienten que el mundo es suyo, que 520,000 abarrotaran sus shows no es un dato; es un pulso que grita: “¡Vivimos!”.

Pero este incendio deja cenizas que duelen, sus letras, tantas veces, pintan a la mujer como un trofeo, un juguete y en un México donde 10 mujeres caen asesinadas cada día, según las cifras que hielan, esas palabras son dinamita, engordan el machismo que nos pudre, hacen normal lo que debería revolvernos, que el 66% de sus fans sean mujeres me clava una espina: ¿es rebeldía, un modo de tomar el relato o prueba de que hemos aprendido a ignorar el golpe? Como conservador, cada verso misógino me sabe a traición, un zarpazo a la dignidad, al respeto, a la familia que deberíamos blindar con sangre.

Y aún así, el tipo es un brujo, Bad Bunny es un hechizo que respira, un ídolo que parece de carne y hueso, su equipo lo ha tallado como un dios del barrio: pistas que enloquecen en redes, guiños que nos hacen suyos, su Fundación Good Bunny que echa una mano donde quema, en un México que no cree en nadie, esa chispa es pólvora, pero no limpia la sangre, su música puede ser un salvavidas para los que se ahogan en la precariedad, un alarido que nos pone de pie, pero también siembra veneno que nos raja y nosotros, embrujados, la coreamos como si fuera nuestro credo.

Que la cuarta parte de los jóvenes de México quisiera un boleto no es solo un número; es un espejo que nos encara, nos grita que podemos llenar estadios, vibrar hasta el tuétano, pero también que podemos aplaudir lo que nos envenena, el reinado de Bad Bunny no es solo un fenómeno; es un desafío que nos pega en la cara: ¿qué vendemos por un ritmo que nos hace arder? ¿Qué México queremos armar?, porque, aunque el “Conejo Malo” haga temblar el suelo, su brillo arrastra sombras y nos toca elegir: o seguimos bailando con los ojos vendados o nos plantamos, miramos de frente y decidimos.

Jóvenes diviértanse y disfruten mucho en los conciertos, pero no olviden reflexionar sobre la realidad.