La soberbia, ese veneno silencioso que corroe el alma de quienes ostentan el poder, parece haber encontrado un refugio en el corazón de nuestra presidenta Claudia Sheinbaum, en un país donde la inseguridad se ha convertido en el pan de cada día, resulta desconcertante y profundamente alarmante observar cómo las prioridades de quienes nos gobiernan se desdibujan dejando en segundo plano las urgencias vitales de la ciudadanía, en lugar de enfrentar con valentía y determinación los desafíos que aquejan a nuestra nación, se elige el camino de la distracción y la autocomplacencia.
En México, un país rico en cultura y recursos, pero plagado por la corrupción y la violencia, la inseguridad ha alcanzado niveles críticos, los ciudadanos vivimos con temor constante, preocupados por nuestra seguridad y la de nuestros seres queridos, mientras tanto, las autoridades parecen más preocupadas por mantener una imagen pública favorable que por abordar los problemas reales que afectan a la población, la falta de acción y la indiferencia ante el sufrimiento de las víctimas y sus familias es un reflejo de una desconexión profunda entre el gobierno y la realidad que enfrentan los ciudadanos día tras día.
Es preocupante ver cómo la atención de la presidenta se desvía hacia supuestas campañas de desprestigio, como si la imagen personal fuese más importante que el dolor de las familias que han perdido a un ser querido, en un contexto donde la violencia y la inseguridad han alcanzado niveles críticos, resulta indignante que la energía y los recursos se concentren en proteger una reputación que, en última instancia, debería construirse sobre la base de acciones concretas y resultados tangibles, la ciudadanía clama por líderes que prioricen el bienestar común sobre las apariencias personales y que demuestren con hechos su compromiso con la justicia y la seguridad.
Es verdaderamente llamativo, casi irónico, que en cuestión de días la presidenta pueda cuantificar con precisión el monto invertido en esta supuesta campaña de desprestigio en su contra, esta habilidad para desentrañar con rapidez los hilos de una conspiración mediática contrasta de manera dolorosa y escandalosa con la incapacidad que ha mostrado su administración para localizar a las miles de personas desaparecidas en nuestro país, durante años, las familias de los desaparecidos han clamado por respuestas, por una señal, por cualquier indicio que les permita conocer el paradero o destino de sus seres queridos, sin embargo, sus súplicas a menudo se encuentran con un muro de burocracia, indiferencia y promesas vacías, este contraste no solo es un insulto a las familias afectadas, sino también un reflejo de un sistema que ha fallado en su deber más básico: proteger a sus ciudadanos.
La indiferencia ante el sufrimiento ajeno es un acto de miseria moral, es un reflejo de una desconexión profunda con la realidad que viven miles de mexicanos día tras día, cada vida perdida es un recordatorio de las promesas incumplidas, de las esperanzas rotas y de un liderazgo que, en ocasiones, parece más preocupado por las apariencias que por el bienestar de su pueblo, la historia nos ha enseñado que los líderes que eligen ignorar el clamor de su gente eventualmente enfrentan el juicio de la historia y el repudio de quienes alguna vez confiaron en ellos.
La rapidez con la que se han identificado cifras y responsables en esta supuesta campaña de desprestigio debería ser un estándar aplicado a todas las áreas de la administración pública, especialmente aquellas que tocan las fibras más sensibles de la sociedad, si tan solo esa misma celeridad y determinación se aplicaran a la búsqueda de personas desaparecidas, quizás podríamos empezar a sanar las profundas heridas que la inseguridad y la impunidad han dejado en nuestro tejido social, es imperativo que nuestros líderes entiendan que su verdadero deber es con la gente, con aquellos que han depositado en ellos su confianza y esperanza.
La historia juzgará con dureza a quienes, en su afán de preservar su imagen, olvidaron su verdadera misión: servir a la gente, porque al final del día, el verdadero legado de un líder no se mide por la cantidad de detractores que logra silenciar, sino por el número de vidas que logra transformar, en un país que clama por justicia y verdad, no podemos permitir que el ruido de las distracciones desvíe nuestra atención de lo que realmente importa, la historia no perdonará a quienes, pudiendo actuar, eligieron mirar hacia otro lado y nosotros, como sociedad, debemos exigir que nuestros líderes recuerden su verdadero propósito y actúen en consecuencia.
En este contexto, es crucial que la ciudadanía se mantenga vigilante y exija transparencia y rendición de cuentas, no podemos permitir que las distracciones y las excusas desvíen la atención de los problemas reales que enfrentamos, la seguridad, la justicia y el bienestar de nuestra gente deben ser la prioridad absoluta de nuestros líderes, debemos exigir que se tomen medidas concretas y efectivas para abordar la crisis de inseguridad y para garantizar que las voces de las víctimas y sus familias sean escuchadas y atendidas.
Es hora de que nuestros líderes demuestren con acciones y no solo con palabras su compromiso con el pueblo, la historia nos ha enseñado que el cambio es posible cuando la sociedad se une y exige responsabilidad y justicia, no podemos permitir que el miedo y la indiferencia nos paralicen, debemos seguir luchando por un país más seguro, más justo y más humano, donde cada vida sea valorada y protegida.
El tiempo de las excusas ha terminado, es momento de actuar con decisión y valentía para construir un futuro en el que todos podamos vivir con dignidad y esperanza, la historia nos observa y depende de nosotros escribir un capítulo de justicia y transformación. La responsabilidad recae sobre cada uno de nosotros para exigir un cambio real y duradero, solo así podremos aspirar a un México donde la paz y la justicia sean una realidad para todos.