Las elecciones del 2 de junio de 2024 marcaron un punto de inflexión en la política de la Ciudad de México. La alianza «Va por México», formada por el PAN, PRI y PRD, se presentó como una solución unificada contra la hegemonía de Morena, prometiendo gobernar de manera conjunta y eficaz. Sin embargo, lo que comenzó como una bonita promesa de campaña ha resultado ser una decepción evidente para los electores, quienes confiaron en la retórica de unidad y cambio.
A medida que los partidos han tomado control de diversas Alcaldías y Diputaciones, ha quedado claro que cada uno está más enfocado en sus propios intereses que en consolidar la alianza que supuestamente los unía. Este comportamiento egoísta ha socavado rápidamente la legitimidad de la coalición, demostrando que las promesas de colaboración eran, en gran medida, una estrategia diseñada para ganar votos, no un compromiso genuino con el bienestar ciudadano.
Las diferencias ideológicas han surgido con una claridad alarmante. Por ejemplo, el intento del PRI de despenalizar completamente el aborto ha generado un choque frontal con otros sectores de la coalición, destacando las tensiones internas que subyacen a esta alianza. En lugar de encontrar un terreno común, los partidos parecen más interesados en defender sus agendas particulares, abandonando así el pacto implícito que hicieron con el electorado.
Si no son capaces de compartir el gobierno en las Alcaldías que ganaron en alianza, así como en las propuestas dentro del Congreso de la Ciudad, ¿cómo pretenden lograrlo si ganan la Jefatura de Gobierno?, Esta pregunta se vuelve crucial en la evaluación de su capacidad para ejecutar una verdadera gobernanza colaborativa.
En este contexto, se hace evidente la verdadera esencia de la partidocracia que nos domina: una hidra de siete cabezas compuesta por el PAN, PRI, PRD, Morena, Movimiento Ciudadano, PT y el Verde Ecologista. Cada una de estas cabezas puede parecer independiente en sus discursos y promesas, pero en la realidad alimentan el mismo cuerpo: un sistema político que privilegia el poder y la supervivencia de los partidos antes que el bienestar del ciudadano.
Esta dinámica ha permitido que la corrupción, el clientelismo y el sectarismo se mantengan como moneda corriente, perpetuando un ciclo de desilusión y frustración. Este entramado político dificulta la posibilidad de un cambio real desde dentro. La lealtad a la estructura de la partidocracia ha asociado a estos partidos no como representantes del pueblo, sino como agentes de un sistema que busca preservar su propio interés.
Las coaliciones se convierten, entonces, en meras estrategias temporales, sin la intención genuina de transformar la realidad que enfrentan. El resultado es un desencanto generalizado y una creciente desconfianza hacia una clase política que se ve alejada de las necesidades diarias de la ciudadanía.
La realidad es que la coalición «Va por México» no solo ha fallado en cumplir sus promesas, sino que también ha generado desilusión entre los ciudadanos que esperaban un cambio real. Lo que se presentaba como un faro de esperanza ahora se está desvaneciendo en promesas vacías y luchas de poder.
El verdadero cambio, por lo tanto, debe surgir de la voluntad colectiva de la sociedad. No será suficiente con esperar a que los partidos tradicionales se reformen; es imperativo buscar nuevas alternativas, ya sea mediante el apoyo a políticos independientes o la formación de nuevos partidos que estén completamente desvinculados de los compromisos y ataduras del sistema existente.
Esta transformación tiene el potencial de romper con la lógica perversa que ha mantenido a la política mexicana atrapada en una espiral de desilusión y frustración.
La ciudadanía debe involucrarse activamente en la construcción de un nuevo futuro político. Esto implica no solo votar, sino también demandar la rendición de cuentas y promover la participación ciudadana en la toma de decisiones.
La historia ha demostrado que el verdadero cambio no proviene únicamente de las instituciones, sino de un pueblo decidido a exigir lo que le corresponde: representación efectiva, justicia social y un gobierno que realmente escuche y responda a sus necesidades.
El tiempo es un juez implacable. Tendrán que decidir si quieren cumplir las expectativas que sus campañas prometieron o seguirán atrapados en la vorágine de sus intereses individuales. La ciudadanía está observando, y la paciencia se agota.
¿Serán capaces de dejar de lado sus agendas y cumplir con las promesas que los llevaron al poder? Solo el tiempo lo dirá, pero cada día que pasa sin respuestas claras es un paso más hacia la irrevocable desilusión.
La verdadera transformación de la política en la Ciudad de México deberá venir de la presión social, de la organización y del empoderamiento de una ciudadanía que ya no se conformará con las promesas vacías de la partidocracia.