Hoy quiero invitarles a sumergirse en el significativo diálogo entre Jesús y Poncio Pilato, el Evangelio según San Juan, 18, 33 al 37.
Este pasaje aparentemente simple, esconde una profundidad de significado que puede cambiar nuestras vidas si permitimos que resuene en nuestros corazones, en este momento crítico de la historia, Jesús se presenta ante Pilato, simbolizando la tensión entre el poder humano y la verdad divina, Pilato un hombre atrapado en el mundo político y en sus propias incertidumbres, hace una pregunta fundamental: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Con esta pregunta, nos enfrentamos a la noción de poder, Pilato representa un sistema que busca controlar y entender la realidad a través de sus propios términos, sin embargo el Rey presentándose ante él es en realidad la encarnación de una autoridad que va mucho más allá de la influencia política o del dominio humano, encontramos una lección crucial: la verdadera realeza de Cristo no se mide a través de la opresión o la dominación, sino a través del amor, la justicia y la verdad, Jesús en su respuesta, establece de inmediato la naturaleza de su Reino: “Mi reino no es de este mundo.” declaración que es una invitación a reflexionar sobre la esencia de nuestra fe.
¿Qué significa ser parte del reino de Dios en un mundo donde a menudo parece que la justicia y la verdad están ausentes?
En una sociedad donde el relativismo y la ambigüedad han tomado el control, esta afirmación nos recuerda que nuestra esperanza no debe descansar en sistemas temporales y corruptibles, sino en un Reino eterno que está cimentado en la verdad absoluta del amor y la justicia divina, en nuestra vida cotidiana, enfrentamos desafíos que nos pueden hacer sentir como si nuestra fe estuviera siendo puesta a prueba, noticias de injusticias, conflictos y divisiones pueden oscurecer nuestra visión de la esperanza, el testimonio de Jesús nos alienta a ver más allá de las circunstancias presentes, nos invita a mirar hacia el futuro con confianza, a recordar que aunque el mundo cambia y evoluciona, su Reino permanece firme.
Estamos llamados no solo a ser ciudadanos de este Reino, sino también protagonistas de su expansión a través de nuestras acciones y palabras, cuando Jesús dice que ha venido a dar testimonio de la verdad, también nos plantea un desafío, vivimos en un tiempo donde la verdad a menudo es distorsionada y manipulada para servir agendas específicas, nuestra misión como creyentes es ser portadores de la verdad, no solo en nuestras comunidades, sino también en el mundo.
La verdad de Cristo es liberadora y al abrazarla y compartirla, podemos ser faros de esperanza para aquellos que viven en la oscuridad de la duda y el miedo.
Debemos recordar que ser defensores de la verdad requiere valentía y esa valentía se nutre de nuestra relación personal y continua con Dios, este pasaje también nos recuerda el poder del testimonio, en un mundo que busca respuestas en la incertidumbre y la confusión, nuestra voz puede resonar profundamente, al hablar con amor, compasión y verdad, podemos guiarnos unos a otros hacia la libertad que Jesús ofrece.
Como seguidores de Cristo, nuestras vidas deben ser un reflejo de su luz y su amor, brindando esperanza a quienes se sienten perdidos o desanimados, mientras nos enfrentamos a los desafíos de nuestra época, debemos recordar lo que realmente está en juego, la historia no termina con la cruz; en su lugar, nos lleva a la gloriosa resurrección.
La victoria de Cristo sobre la muerte no solo nos promete un futuro eterno, sino que también nos da la fuerza para enfrentar las adversidades del presente con la seguridad de que el triunfo ya se ha ganado, lo que nos motiva a vivir con un sentido renovado de propósito y misión, mientras rememoramos el encuentro entre Jesús y Pilato, que nuestras vidas sean testimonio de la esperanza que encontramos en Él.
Que nuestro testimonio no se limite a palabras, sino que se traduzca en acciones que reflejen el amor y la verdad de Dios, es nuestra responsabilidad ser representantes de su reino en un mundo que anhela redención y al hacerlo, contribuimos al hermoso tapiz de su plan divino, al recordar que la verdadera realeza de Cristo radica en su amor y compromiso con la verdad, encontramos en Él la esperanza que necesitamos.
Nos impulsa a vivir y actuar con confianza, sabiendo que, aunque el contexto en el que vivimos puede cambiar, nuestro propósito y nuestro hogar están firmemente anclados en el Reino de Dios, al seguir la voz de nuestro Rey, podemos ser ciudadanos fieles de Su reino, iluminando el camino para otros en el proceso.