La Navidad, esa espléndida festividad que ilumina el ocaso del año, se nos presenta como un tiempo de reflexión, de alegría compartida y sobre todo, de conexión genuina.
En nuestra búsqueda por adaptarnos a un mundo que se obsesiona con la corrección política, corremos el riesgo de despojar a esta celebración de su esencia más pura y auténtica.
Hoy con fervor y sin tapujos, declaro que la Navidad no puede y no debe ser políticamente correcta y como católico, esta postura es absolutamente no negociable; es la misma esencia de nuestra fe.
Atravesamos un tiempo en el que la alegría parece estar en peligro, ahogada por la reticencia a celebrar lo que nos hace únicos, Navidad es una explosión de color, de risas infantiles, de familias reunidas en torno a la mesa, recordando viejas historias y creando nuevos recuerdos, la risa compartida en estas noches estrelladas es ese bálsamo que alivia las tensiones del año que se va, ¿Es acaso posible que ese calor humano se vea restringido por un temor a ofender? No, la alegría es nuestro derecho, un derecho inalienable que no debe ser socavado por la búsqueda de una falsa armonía.
Los regalos son un bello ritual que va más allá del acto material, el intercambio de obsequios resuena la más profunda de las virtudes: la generosidad, al dar un regalo, nos entregamos nosotros mismos y esto es lo que realmente importa, si caer en lo políticamente correcto nos lleva a minimizar este gesto, nos privamos no solo de la alegría de dar, sino también de la oportunidad de expresar nuestro amor y aprecio de la manera más palpable, ¿Es que queremos vivir en un mundo donde el acto de regalar esté limitado por la ansiedad de no herir sensibilidades? Espero que no, porque la Navidad es un momento de abundancia, donde el amor debe fluir libremente, sin miedo ni reservas.
El componente espiritual de la Navidad es un tema que no podemos eludir, para nosotros, los católicos, esta festividad representa el nacimiento de Jesucristo, el Salvador que trae esperanza y redención al mundo, intentar diluir este significado para acomodar distintas creencias, es un grave error: el de despojar a la celebración de su significado más profundo.
La pluralidad y el respeto son fundamentales, sí, pero también lo es la auténtica representación de nuestra fe, Navidad no debe ser un terreno de silenciosas batallas culturales; debería ser un altar donde cada uno pueda rendir homenaje a nuestras creencias sin miedo a ser criticado.
Como católicos, esta celebración es nuestra herencia, una manifestación de nuestra fe que no podemos permitir que se diluya, en un mundo que se siente a menudo, fracturado y dividido, la Navidad se erige como un puente, una oportunidad de reencuentro y reconciliación, cada sonrisa, cada abrazo, cada momento compartido, nos recuerda que, a pesar de nuestras diferencias, todos anhelamos lo mismo: amor, paz y unión.
Esta es la esencia de la Navidad, un tiempo de derribar muros y construir lazos de unidad, no dejemos que la corrección política nos haga olvidar que en lo más profundo de nuestros corazones, todos buscamos lo mismo.
Así que hoy, con el espíritu de la Navidad revitalizado, invito a todos a abrazar esta festividad en su forma más pura y auténtica, no seamos prisioneros de las opiniones ajenas, somos libres para celebrar la alegría de existir, del milagro del amor y la posibilidad de renacer cada año, como católicos, entendemos que esta celebración es fundamental para nuestra fe y nuestro propósito.
¡Que la Navidad sea un grito de esperanza en medio del silencio de la corrección, un estallido de color en un mundo gris!
Recobremos nuestra humanidad y celebremos con pasión, con autenticidad, con fervor, que cada rincón de nuestro ser se llene de esa luz inigualable que solo la Navidad puede brindar.
¡Feliz Navidad! ¡Celebremos sin límites, sin miedos, con todo nuestro corazón, defendiendo nuestras creencias y disfrutando de la mayor celebración de la fe cristiana!