En el principio, la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.

Así comienza el espectacular y celestial Evangelio según San Juan (Jn 1, 1-18), un himno que trasciende el tiempo y el espacio, revelando la grandeza del misterio divino que se entrelaza con la humanidad.

Desde la perspectiva conservadora y católica que aquí defiendo, estas palabras resuenan como un poderoso alarido de esperanza, un recordatorio de que, en medio de la oscuridad y el caos que a menudo nos rodea, existe una luz incandescente que jamás se extinguirá: Cristo, nuestro Salvador.

En un mundo donde el relativismo y la incertidumbre tienden a oscurecer nuestra realidad, el Evangelio de Juan irrumpe como un fueguito resplandeciente, la Palabra, el Verbo eterno de Dios, no solo se presenta como una verdad abstracta, sino que se hace carne, se encarna entre nosotros, este acto de amor inconmensurable, esta elección divina de habitar en nuestra fragilidad humana, es un canto de redención que atraviesa las generaciones.

Como católicos mexicanos, estamos llamados a abrazar esta verdad con fervor, porque en cada palabra del Evangelio se encuentra la promesa de una nueva esperanza, una vida renovada.

“La luz brilla en la oscuridad y la oscuridad no puede comprenderla”.

Palabras que son un desafío, un desafío que necesitamos aceptar con valentía y determinación, la oscuridad no tiene dominio sobre aquellos que caminan en la luz; y nosotros somos los portadores de esa luz, en cada acto de bondad, en cada testimonio de fe, brindamos coraje y fortaleza a nuestros hermanos, nuestra misión es elevar nuestras voces y proclamar que nunca estamos solos; el gran Rey del Universo camina con nosotros.

Hoy más que nunca, se nos invita a ser testigos valientes de esa luz en un mundo que a menudo intenta silenciar la verdad y apagar nuestra fe, cada uno de nosotros, hecho a imagen y semejanza de Dios, posee un propósito extraordinario, como católicos, tenemos la responsabilidad de ser la voz de los que no tienen voz, de aquellos que se encuentran en la penumbra de la desesperanza, en nuestra misión encontramos el eco de la gloria del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

La encarnación de la Palabra nos brinda una promesa de transformarnos para siempre, Jesús quien ha tomado nuestra condición humana, nos invita a levantarnos cada día con renovadas fuerzas, cada misa en nuestras parroquias, cada rezo, cada acto de amor al prójimo se convierten en momentos de comunión con Él, en oportunidades para que su gloria se manifieste a través de nosotros, en estas acciones, la esperanza florece y la alegría del Evangelio se irradia hacia el mundo.

Que el mensaje del Evangelio según San Juan sea una antorcha en la oscura noche de este tiempo, que nos inspire a ser valientes, a abrazar nuestra fe con una entrega heroica y esperanzadora, aunque las tempestades arremeten, en la Palabra de Dios hallamos la seguridad de que su luz jamás se extinguirá, su amor incondicional nos sostiene y su gracia nos guía.

Así, como católicos en México, levantemos nuestras cabezas y proclamemos con fervor que, en Cristo, la vida renace cada día, llevemos al mundo esa esperanza inquebrantable que solo encontramos en Él, la luz de la Palabra vive en nosotros; seamos sus heraldos, sus guerreros, dispuestos a llevar sus promesas hasta los rincones más oscuros de la tierra.

Que cada latido en nuestros corazones sea un modelo de fe y amor, un reflejo de la gloria del Verbo hecho carne, iluminando las vidas de quienes nos rodean, mientras marchamos hacia un futuro radiante, pleno de fe, esperanza y amor divino.


Publicado

en

por

Etiquetas: