La relación entre el éxito de un político y el bienestar de sus gobernados es un tema que merece un intenso examen, sobre todo en el contexto complejo y multifacético de la Ciudad de México, en un entorno urbano marcado por desigualdades extremas y desafíos socioeconómicos críticos, la narrativa de que «si a la Jefa de Gobierno le va bien, a la ciudad le va bien» se ha arraigado con fuerza, pensamiento comúnmente repetido por funcionarios de menor jerarquía y líderes locales, que no solo es superficial, sino que también refleja una profunda desconexión entre la política y las realidades que enfrentan los ciudadanos en su día a día.
Es esencial desmenuzar qué entendemos por «éxito» en el ámbito político, a menudo, el éxito se mide en términos de popularidad, la capacidad de ganar elecciones o gestionar crisis mediáticas, mientras que las verdaderas transformaciones sociales y económicas —aquellas que impactan positivamente la calidad de vida de las personas— son relegadas a un segundo plano, en una ciudad tan vasta y diversa como la CDMX, esta visión reduccionista se convierte en un obstáculo para comprender los matices de la gobernanza, cuando las cifras de crecimiento económico son presentadas como un signo de éxito, se corre el riesgo de perder de vista a las comunidades que no se benefician directamente de estos logros, en un contexto donde el Producto Interno Bruto (PIB) puede crecer, pero el empleo formal se vuelve escaso, la informalidad se expande y los salarios son bajos, es evidente que el bienestar de la población no puede ser simplemente un reflejo del rendimiento económico.
En la política local, observar cómo los funcionarios de menor jerarquía adulan a los líderes del poder ejecutivo se ha vuelto una norma preocupante, esta adulación se manifiesta en elogios desmedidos sobre los “logros” del gobierno, presentando un discurso donde cualquier éxito personal de la jefa de gobierno se traduce automáticamente en la prosperidad de la ciudad, esta colaboración cómplice no solo simplifica la narrativa, sino que también evita la crítica constructiva que es esencial para la mejora continua.
En la realidad, esta dinámica no solo es problemática; es en muchos casos una claudicación, los políticos más cercanos al ejecutivo local parecen preferir mantener un perfil bajo y celebrar los triunfos, mientras minimizan o silencian las críticas sobre las políticas que no han sido efectivas, esto crea una atmósfera en la que se pasa por alto la dura realidad que enfrenta la ciudadanía: la inseguridad, la falta de acceso a servicios públicos básicos, el deterioro del ambiente urbano del transporte y la creciente desigualdad, este fenómeno se puede observar, por ejemplo, en zonas de alta marginación, donde los ciudadanos se enfrentan a retos diarios que nada tienen que ver con los triunfos anunciados en los boletines de prensa o peor aún en las celebraciones por x número de días de gobierno.
A medida que los ciudadanos perciben que sus preocupaciones no son consideradas en el discurso político, se produce una desconexión angustiante entre la gestión pública y la vida cotidiana, la frustración por la falta de respuestas adecuadas a los problemas reales lleva a la desconfianza en las instituciones, de esta manera, la aceptación pasiva de la narrativa que asocia el éxito político con el progreso social apela a un peligroso conformismo que puede llevar a una ciudadanía apática, los problemas que parecen intangibles para los políticos, como el aumento de la criminalidad o la carencia de espacios públicos seguros, se convierten en realidades palpables para quienes viven en la ciudad, la reiteración de que «le va bien al gobierno» apela a una narrativa que ignora el sufrimiento de muchos, la historia está llena de ejemplos donde el brillo de un gobierno puede estar en contraposición directa con la calidad de vida de la población, para quienes padecen el día a día de las políticas fallidas, la distancia entre el discurso de éxito y la realidad puede resultar intolerable.
Esta situación subraya la imperiosa necesidad de fomentar un conocimiento más crítico y profundo sobre la política entre los ciudadanos, el civismo educativo no debe limitarse a un acto de votar cada cierto tiempo; debe extenderse a una participación activa en los procesos democráticos y en la exigencia de rendición de cuentas a los gobernantes, la política es, en esencia, un espacio de diálogo y como tal, debe estar abierto a la voz del pueblo, que debe exigir transparencia y efectividad en las políticas públicas.
El compromiso cívico debe ir más allá de la aceptación de discursos económicos, los ciudadanos deben estar armados con la capacidad de cuestionar los datos presentados y demandar respuestas a las cuestiones que impactan su vida diaria, la falta de conocimiento crítico impide que las personas comprendan las complejidades de la gobernanza y la responsabilidad de los líderes, convirtiendo al régimen político en un espectáculo mediático en lugar de en un proceso sustentador del bien común.
Un punto crucial que se debe destacar en la discusión sobre el éxito gubernamental es la naturaleza diversa de los problemas locales, la Ciudad de México, con su enorme multiplicidad de barrios, colonias y comunidades, enfrenta desafíos que no son homogéneos, mientras que algunas áreas pueden experimentar un crecimiento urbano próspero y mejoras en la infraestructura, otras luchan con problemas crónicos como la pobreza, la violencia y la corrupción institucional, la diversidad resalta la necesidad de políticas personalizadas y la importancia de reconocer que no todas las comunidades se benefician de la misma manera de las decisiones del gobierno, el éxito político que se anhela debe estar basado en una evaluación real de las necesidades y demandas de cada sector de la población, no en una simple generalización que ignora las diferencias subyacentes, las voces de aquellos en la periferia y en situaciones de vulnerabilidad deben ser escuchadas y consideradas en la formulación de políticas.
Para poder avanzar hacia un futuro más justo, es imperativo que tanto los gobernantes como los gobernados se comprometan a revisar y redefinir sus narrativas, esto implica que los políticos deben asumir la responsabilidad de rendir cuentas y trabajar de manera transparente, dejando atrás la necesidad de adherirse a discursos triunfalistas que no corresponden con la realidad, al mismo tiempo, los ciudadanos necesitan empoderarse y participar activamente en el proceso político.
Es esencial que la ciudadanía de la Ciudad de México comprenda que el éxito político no siempre equivale al éxito social, la cultura de adulación y la simplificación de realidades obstruyen el camino hacia una democracia robusta y participativa, al desafiar las narrativas predominantes y exigir una representación responsable de sus intereses, los ciudadanos podrán reinventar su relación con el poder político, donde el verdadero éxito se refleje en el bienestar compartido, no en la gloria individual de los líderes, este es un desafío que debemos enfrentar juntos, con un compromiso renovado de diálogo, responsabilidad y sobre todo, justicia social, para construir una ciudad donde el bienestar de todos sea la verdadera medida de la efectividad del gobierno.