En este momento, mientras siento el peso de la historia que ha tejido nuestra nación, no puedo evitar cuestionar: ¿es nuestra Constitución realmente la carta magna que los mexicanos necesitamos o ha sido transformada en un mero documento legal que se ha rebajado a un nivel que ha perdido todo respeto? Esta no es una simple cuestión académica o retórica; es una búsqueda profunda que toca las fibras más sensibles de nuestra identidad como nación, un llamado a la reflexión sobre el estado de nuestras instituciones y la vigencia de nuestros derechos.
Desde su promulgación el 5 de febrero de 1917, la Constitución Mexicana se erigió como un baluarte de las aspiraciones de un pueblo que anhelaba justicia, igualdad y libertad, en sus artículos, se encontraron plasmados los ecos de la Revolución, una revolución que no solo fue un cambio de régimen, sino una transformación radical impulsada por la lucha por los derechos de campesinos, trabajadores y ciudadanos marginados, a medida que el tiempo ha pasado, esa promesa de transformación se ha visto eclipsada y surge la interrogante: ¿dónde se encuentra hoy el espíritu de esa lucha?
La Constitución fue diseñada como un pacto social, un compromiso irrevocable entre el Estado y sus ciudadanos en el que se prometía la protección de derechos fundamentales y el establecimiento de un marco para la convivencia armoniosa, pero el desdén por el respeto a la ley que ha manifestado la clase política ha transformado este documento en algo que parece más un formalismo que una guía viva, hoy en día, muchos ven la Constitución como un mero instrumento legal, sujeto a las caprichosas interpretaciones de aquellos que en vez de protegerla, la utilizan para justificar acciones que van en contra de su espíritu.
Al observar el descalabro institucional que ha permeado en nuestro país, es evidente que hay una desconexión entre los ideales constitucionales y la realidad cotidiana de millones de mexicanos, corrupción e impunidad son enfermedades que han arraigado en nuestras instituciones, socavando la confianza ciudadana y debilitando la efectiva aplicación de la ley, promesas de equidad, justicia y dignidad parecen ser solo palabras vacías, utilizadas en discursos políticos pero desprovistas de un compromiso real hacia su cumplimento.
La Constitución, que en su esencia debió ser el escudo protector del pueblo, ha sido minada por la manipulación de quienes gobiernan, la realidad nos confronta: ¿acaso no sentimos que se ha convertido en un documento frágil, capaz de ser moldeado y distorsionado por aquellos que se sienten por encima de la ley? Esta reflexión no es solo una crítica a la mala interpretación de la ley, sino una llamada urgente a todos nosotros, ciudadanos, políticos y actores sociales, para volver a encontrar el camino hacia la revitalización de nuestra vida democrática, en la medida en que la desconfianza crece, la impotencia se alimenta, nos encontramos en una encrucijada donde la apatía parece ser una respuesta más común que la acción, ¿acaso es esta inercia el legado que queremos dejar a las futuras generaciones? cada uno de nosotros, independientemente de nuestra ideología política, tiene un papel que desempeñar, no podemos permitir que la Constitución sea relegada al olvido ni transformada en un artefacto para justificar el incumplimiento de las promesas.
La historia nos ha enseñado que los derechos no se otorgan, se conquistan, el reto consiste en reintegrar la Constitución en el tejido social, en convertirla en un motor de cambio, lo que requiere un compromiso colectivo, donde los ciudadanos exijan su cumplimiento y los líderes políticos comprendan que su función es ser verdaderos servidores públicos, custodios de un documento que refleja las necesidades y los sueños de nuestro pueblo. Imaginemos un futuro en el que la Constitución recupere su posición de respeto, un futuro donde cada artículo sea interpretado y aplicado como se debe, desde la perspectiva de aquellos que anhelan una vida digna y plena, en este escenario, los derechos humanos, la igualdad de oportunidades y la justicia social se convertirían en la norma, no en la excepción.
La palabra “Constitución” significaría no solo un conjunto de reglas, sino un pacto renovado que nos une en la lucha por un México mejor, un espacio donde cada voz cuenta y cada ciudadano tiene el poder de ser parte activa de una democracia vibrante y significativa, es evidente que este viaje no será fácil, habrá obstáculos y desafíos que enfrentar, pero la historia nos ha demostrado que la lucha por la justicia y la equidad nunca ha sido en vano, la clave está en permanecer firmes, en no ceder ante la desesperanza, en seguir soñando y emprendiendo acciones concretas para hacer de nuestra Constitución una realidad viviente, un reflejo de un México que honra a su gente.
La respuesta a nuestra interrogante sobre si la Constitución sigue siendo la carta magna que necesitamos se encuentra en nuestro compromiso, en la voluntad de cada ciudadano para exigir sus derechos, en el deseo de cada político de servir, más allá de sus intereses personales, en la cultura cívica que debemos cultivar, donde el respeto por la ley y por los demás sea el pilar de nuestra convivencia.
Hoy, mientras reflexiono sobre el presente de nuestra Constitución, me embarga una profunda esperanza, la esencia de nuestro compromiso como ciudadanos está en nuestras manos, no dejemos que el peso del desencanto nos haga claudicar, asumamos juntos este reto; construyamos un México donde la Constitución vuelva a brillar con toda su fuerza, donde la justicia y la dignidad sean la norma y donde el eco de nuestras luchas pasadas guíe los pasos de las generaciones futuras.
¡Es tiempo de retomar el rumbo y luchar por un futuro que, verdaderamente, respete y honre a nuestra Constitución!