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¿Quién la tiene más grande?

La soberbia que emana tanto de los gobiernos de Estados Unidos como de México, esta arrogancia, encapsulada en la incapacidad de escuchar y comprender al otro, ha creado un diálogo de sordos, un intercambio que no solo es infructuoso, sino que, si no se corrige, podría llevar a un desmantelamiento de nuestra relación institucional, comercial y lo que es más grave, a la desconexión entre los ciudadanos de ambos países.

A lo largo de los años, he visto cómo las decisiones que se toman en despachos lejanos, en Washington y en la Ciudad de México, a menudo privilegian intereses políticos y económicos por encima del bienestar de la población, en Estados Unidos, la retórica anti-mexicana ha resurgido de manera alarmante, alimentada por un nacionalismo exacerbado que reduce una relación compleja a un discurso simplista que deslegitima a un país vecino, por otro lado, en México, el orgullo patrio se convierte en ocasiones, en un escudo que impide la autocrítica y la búsqueda de soluciones a nuestros propios problemas.

Es inconcebible que en medio de la gravísima problemática del crimen organizado y la violencia provocada por el narcotráfico, no exista un consenso sólido entre ambos países para enfrentar un enemigo común que nos afecta a todos, muertes irracionales como resultado de esta terrible lucha, no son solo estadísticas; son vidas humanas, familias desgarradas, comunidades en crisis, deberíamos estar trabajando juntos como aliados, compartiendo estrategias, conocimientos y recursos para desmantelar estas redes criminales y proteger a nuestros ciudadanos, sin embargo, la soberbia y el orgullo se interponen, convirtiendo un problema que debería unirnos en un punto de fricción en el que ninguno de los dos países está dispuesto a ceder.

Mientras tanto, entre los liderazgos de ambos países, la actitud de «patear el bote» durante un par de semanas o meses ante las amenazas de Trump resulta simplemente ineficaz, esta estrategia de reacción superficial y temporal no solo es un signo de debilidad, sino que carece de la urgencia que la situación exige, lo que realmente necesitamos es una cumbre entre ambos gobiernos y no en un futuro lejano, sino a la brevedad, imprescindible es poner las cartas sobre la mesa y discutir de manera franca y directa los temas que nos afectan, tomando decisiones que beneficien a nuestros pueblos.

Además, la irracionalidad se manifiesta también en ciertos grupos de mexicanos en Estados Unidos que enarbolan nuestra bandera con fervor mientras queman la bandera estadounidense en un acto que lejos de comunicar una reivindicación legítima, se convierte en un sinsentido, aclaman su patriotismo de manera visceral, estos individuos parecen olvidar que muchos de los beneficios que gozan, como oportunidades laborales y una mejor calidad de vida, provienen precisamente de su presencia en este país, esta contradicción—disfrutar de «las mieles» de la vida en Estados Unidos mientras critican a la nación que les brinda esas oportunidades—es un claro reflejo de la desconexión que se vive en ambos lados.

En este juego de soberbia, parece que entre figuras políticas como Claudia Sheinbaum y Donald Trump, se libra una especie de lucha por ver quién «la tiene más grande», la soberbia por supuesto, en lugar de abordar los problemas reales que gravitan sobre nuestra relación bilateral se lanzan dardos verbales, buscando posicionarse en una arena política que a la larga, poco beneficia a la población de ambas naciones, Trump utiliza su retórica incendiaria para galvanizar el apoyo de su base, Sheinbaum impulsada por sus propios intereses electorales, responde con una afirmación de orgullo nacional que, aunque pueda parecer necesaria, a menudo carece de sustancia y no propone soluciones concretas a los problemas que ambos países enfrentan, así el resultado es un espectáculo en el que las prioridades de los ciudadanos quedan relegadas a un segundo plano.

Este intercambio de iras y megáfonos, de arengas y declaraciones grandilocuentes, no es solo un problema diplomático; es un verdadero riesgo para las comunidades en ambos países, la incapacidad de escuchar y el deseo de uno por superar al otro impiden el progreso real y la construcción de un futuro compartido, los desacuerdos se convierten en oportunidades para la polarización y el debilitamiento de la confianza mutua, así soberbia institucional y la falta de diálogo son peligrosos no solo para la política, sino también para los lazos que unen a los ciudadanos de ambos lados de la frontera, cuando las decisiones nacionales son tomadas sin un genuino esfuerzo por escuchar las inquietudes y necesidades del otro, el resultado es una erosión de la confianza y la cercanía.

Los acuerdos comerciales, que podrían ser una herramienta poderosa para el desarrollo y el crecimiento económico, se ven amenazados por esta falta de entendimiento, en lugar de vernos como socios estratégicos, ambos países se convierten en competidores, luchando por ver quién puede imponer sus propias condiciones sin considerar las implicaciones del otro, es imperativo que tomemos conciencia de que el camino a seguir no puede ser uno de confrontación, sino de entendimiento mutuo, ambos países compartimos desafíos comunes, desde la migración hasta el crimen organizado y la solución a estos problemas radica en la colaboración y el diálogo, al cerrar las puertas a la comunicación y a la cooperación, solo estamos facilitando el desmantelamiento de una relación que a lo largo de los años, ha demostrado ser fundamental para el bienestar de nuestras poblaciones.

Como ciudadano de América del Norte, pido a los líderes de ambos gobiernos a poner a un lado su soberbia y esa estéril competencia de egos y cultivar un verdadero espíritu de cooperación, es hora de abrir canales de comunicación, de escuchar las voces de quienes realmente viven las consecuencias de sus decisiones, la competencia de soberbia nos ciega y nos aleja de las realidades que necesitamos combatir juntos, no podemos permitir que actitudes bravías y la xenofobia nos dividan más, construyamos puentes, y entendamos que defender a nuestro país implica contribuir a su avance desde cualquier lugar y no simplemente renegar desde la comodidad de otro, la respuesta a nuestra interrogante sobre si la relación entre México y Estados Unidos puede prosperar se encuentra en nuestro compromiso, solo un diálogo basado en el respeto, la humildad y la colaboración puede allanar el camino hacia un futuro más prometedor.

Es tiempo de asumir el compromiso de enfrentar juntos México y Estados Unidos los desafíos que tenemos por delante, la soberbia no nos servirá; solo un enfoque conjunto que reconozca nuestras similitudes y respete nuestras diferencias puede guiarnos hacia una relación más equitativa y constructiva, así podemos asegurar que tanto México como Estados Unidos no solo sobrevivan, sino que florezcan en un entorno de colaboración y entendimiento mutuo, es el momento de reconstruir esta relación, de enfocarnos en lo que realmente importa: el bienestar de nuestros pueblos y el futuro compartido que podemos construir juntos.