Los ciudadanos estamos cansados de discursos vacíos y promesas que no trascienden al terreno de lo concreto, los partidos nos ofrecen un espectáculo político que promete cambios «históricos» mientras ignora las verdaderas necesidades que enfrentamos todos los días en nuestras casas, calles y colonias, hablan de bajar el precio de la gasolina, la electricidad o implementar políticas de seguridad, como si esos ajustes fueran suficientes para resolver el profundo abandono en el que vivimos, esas medidas, solemnes en el papel, son poco más que mensajes superficiales cuando los problemas reales continúan afectando nuestra vida diaria.
Lo que urge atender no es complicado de entender. Son cosas básicas, cotidianas e inaplazables.
¿De qué sirve un litro de gasolina a $18 pesos si las calles están llenas de baches, oscuras por falta de alumbrado, invadidas por delincuencia y con un drenaje que colapsa al menor aguacero? ¿De qué sirve un ahorro en electricidad si nuestras escuelas están deterioradas, los parques abandonados y los centros de salud no cuentan con medicinas ni equipo suficiente?
Lo que las familias necesitan no son promesas rimbombantes, sino condiciones dignas para vivir, educar a nuestros hijos y transitar por su entorno con seguridad y tranquilidad, los niños no pueden jugar en las calles porque la inseguridad y el abandono las han convertido en un riesgo, las mujeres caminan con miedo a ser acosadas o violentadas, los adultos mayores no pueden salir con libertad porque las banquetas no son accesibles y las colonias están sumidas en la oscuridad, en los hogares, falta agua potable o el drenaje no opera correctamente, los parques, que deberían ser espacios de encuentro familiar y de comunidad, están descuidados, llenos de basura o convertidos en focos de peligro, esto es el paisaje cotidiano de millones de personas que esperan desde hace años algo básico: dignidad en sus servicios públicos y en sus vidas.
A esto se suma la precariedad en los recursos más elementales, centros de salud carecen de medicamentos, equipos y personal, estancias infantiles fundamentales para las familias trabajadoras que son insuficientes, escuelas —que deberían ser espacios de formación y esperanza— están en ruinas, con pupitres quebrados, techos cayéndose y falta de materiales, ni los derechos más básicos están garantizados y si hablamos de transporte, la situación es igual de crítica, un sistema que debería ayudarnos a movernos con rapidez y seguridad enriquece a unos cuantos mientras obliga a los ciudadanos a soportar servicios deficientes, inseguros y degradantes, en lugar de facilitar el día a día, el transporte público es una agonía de largas esperas, trayectos incómodos y constantes riesgos, el abandono no termina ahí, muchos trabajadores son sometidos a jornadas extenuantes que les impiden disfrutar de tiempo con sus familias y cuando reciben su salario mensual apenas y alcanza, emprendedores que enfrentan un sinfín de trabas burocráticas que asfixian sus sueños antes de que puedan concretarse, las empresas enfrentan una presión fiscal que limita su capacidad para generar empleos de calidad, mientras las grandes prioridades económicas no se traducen en oportunidades reales para el ciudadano promedio que termina subsistiendo en la informalidad.
Frente a esta realidad, no podemos seguir tolerando políticos y partidos desconectados de lo que verdaderamente importa: la construcción de un entorno digno, humano y funcional, lo básico, lo esencial debe ser el centro, no es pedir un lujo exigir calles pavimentadas y alumbradas, agua potable que nunca falte, parques limpios y seguros, un transporte suficiente y eficiente y servicios médicos que atiendan con respeto y profesionalismo. La vida digna comienza con estos elementos básicos y ningún discurso político puede sustituirlos.
El olvido de estas necesidades no solo es un acto de incompetencia, es un reflejo de una política que perdió de vista a las personas y sus derechos más fundamentales, la política no es un espectáculo ni una herramienta para perpetuar cuotas de poder, es y debe ser un medio para garantizar que cada persona viva con respeto, justicia y dignidad, si los partidos y sus representantes no entienden esto, entonces es momento de replantear profundamente el sistema que tenemos, no podemos seguir permitiendo que los ciudadanos sean tratados como números en una encuesta o como votos en campaña.
La verdadera renovación no llegará por medio de discursos vacíos o proyectos mediáticos que nunca tocan lo que realmente importa, llegará cuando las prioridades cambien y los gobiernos se comprometan a atender las necesidades más inmediatas, las familias necesitan que sus hijos asistan a escuelas dignas, que las comunidades cuenten con parques para convivir, que el agua potable y el drenaje sean confiables, necesitamos atención médica oportuna, con centros de salud equipados, suficientes y funcionales, un transporte público que funcione, trabajos con horarios más humanos y políticas que protejan no solo a las empresas, sino también a los emprendedores que buscan salir adelante, también necesitamos seguridad, pero seguridad real, no solo la presencia de policías, sino cuerpos de seguridad capacitados, dignos, bien equipados para proteger y servir, colonias iluminadas y bien atendidas, donde las mujeres puedan caminar sin miedo, los niños jugar en paz y los mayores disfrutar de salir a las calles, recuperar la confianza en nuestras comunidades, algo que no vendrá con simples medidas reactivas, sino con un verdadero fortalecimiento del tejido social.
La solución no requiere discursos grandilocuentes, requiere compromiso con lo básico, que la política entienda que la dignidad no es opcional; es un derecho.
Nadie debería llevar una vida limitada por la falta de agua potable, drenaje, formas de transporte dignas o acceso a servicios básicos, cada espacio público abandonado, cada escuela arruinada y cada colonia sin alumbrado es una muestra del fracaso de quienes gobiernan pensando más en sus intereses partidistas que en las condiciones de vida de las personas a las que deberían servir.
Esto último es imperativo: la política debe volver a servir, debe girar en torno a la vida, la familia, la comunidad y las necesidades humanas más esenciales, como la educación, la salud y la seguridad, no es utópico exigirlo, es lo mínimo que toda persona merece y es el deber de quienes gobiernan hacerlo posible.
La renovación que necesitamos no tiene nada que ver con bajar cinco pesos en la gasolina o prometer megaproyectos que solo favorecen a unos cuantos, la renovación está en alumbrar nuestras calles, en reparar los baches, en garantizar escuelas seguras, en abastecer nuestros centros de salud y en limpiar nuestros parques, en devolvernos el tiempo perdido con nuestras familias, oportunidades de trabajo justo y comunidades donde podamos vivir sin miedo.
Es momento de hacer política para las personas, no para los partidos, al final del día, lo que todo ciudadano merece son las condiciones necesarias para vivir con dignidad, esperanza y tranquilidad. Y eso no se negocia, eso se garantiza.