La Ciudad de México se vio sumida en un nuevo caos producto de la falta de energía eléctrica que afectó a tres de sus líneas de metro, revelando así una problemática endémica que, lejos de solucionarse, parece profundizarse con el tiempo, este incidente no es un suceso aislado, es un síntoma de una crisis estructural que lleva años gestándose y que pone de manifiesto la fragilidad de una infraestructura vital para el transporte de millones, una realidad que a pesar de los esfuerzos retóricos por parte de un gobierno que desde 1998 ha estado dirigido por los mismos políticos y bajo el mismo ideario, la verdadera transformación que prometieron sigue siendo una ilusión lejana.
Cada episodio de fallo en el metro refleja la cruda realidad de la negligencia institucional que se ha sostenido sobre promesas vacías y rimbombantes discursos sobre inversiones “históricas” que en última instancia, no han tenido un impacto tangible en la mejora del servicio, las autoridades en su afán por mantener una fachada de progreso, repiten un mantra que contradice la experiencia diaria de los usuarios: un metro que se sostiene por hilos, expuesto a apagones recurrentes, saturaciones y en última instancia, al riesgo inminente de un colapso.
Estamos, sin duda, sobre una bomba de tiempo, la precariedad del sistema no es un simple inconveniente; es una crisis latente que en el día más inesperado, podría cobrar la vida de varios ciudadanos, la negligencia que caracteriza a la gestión del metro es en este sentido, nada menos que criminal, permitir que la infraestructura de transporte más importante de la ciudad siga operando bajo estas condiciones es una traición a la seguridad y dignidad de los habitantes, la falta de acción real y efectiva transforma un problema estructural en un posible desastre humano.
La insatisfacción de la ciudadanía crece a medida que las autoridades continúan ignorando las voces de quienes utilizan diariamente el metro y las estadísticas se convierten en palabras huecas, la ineficiencia administrativa y el uso mal direccionado de los recursos se traducen en un sistema que amenaza con convertirse en un verdadero infierno urbano, es urgente que se rompa este ciclo de promesas y se reconozca la gravedad de la situación: no se trata solo de un medio de transporte fallido, sino de la vida y la seguridad de millones de personas que merecen un servicio digno y eficaz.
La falta de inversión real en mantenimiento, seguridad y modernización del metro es un reflejo de una gobernanza que ha perdido su rumbo, la Ciudad de México no puede permitirse más vacíos en la atención a sus problemas; es hora de que las voces de los ciudadanos sean escuchadas y que las promesas se traduzcan en acciones concretas, solo a través de un compromiso genuino y una gestión transparente podremos evitar que esta negligencia se convierta en un trágico recordatorio del precio que la falta de responsabilidad tiene en la vida de nuestra comunidad.