En el entramado de nuestra sociedad global, emergen señales inquietantes de intolerancia y divisiones, una de estas manifestaciones, crecientemente prominente y profundamente desestabilizadora, es la cristanofobia.
Este fenómeno, caracterizado por una aversión y hostilidad marcadas hacia el cristianismo y sus fieles, no es solo una afrenta a los individuos y comunidades que profesamos esta fe, sino un golpe directo a los principios de libertad, tolerancia y respeto mutuo que han servido de cimientos a las civilizaciones modernas.
La cristanofobia se manifiesta en múltiples dimensiones, desde la discriminación sutil y el ostracismo social hasta actos explícitos de violencia y profanación de símbolos y espacios sagrados, la destrucción de iglesias, el ataque a la integridad física y psicológica de fieles, clérigos y la profanación de figuras en nacimientos durante la temporada navideña, son solo ejemplos de cómo los actos de hostilidad manifiesta se han convertido en desafíos alarmantes para nuestras sociedades.
Este contexto exige, hoy más que nunca, una respuesta contundente y unificada por parte de todos los cristianos y más ampliamente, de todos los individuos comprometidos con la defensa de los derechos humanos fundamentales, incluida la libertad religiosa, la urgencia de esta respuesta radica no solo en la necesidad de proteger nuestros derechos como creyentes, sino también en el imperativo más amplio de preservar el tejido social y democrático frente a las fuerzas del extremismo y la división.
La naturaleza de la respuesta a la cristanofobia debe ser multifacética y profundamente comprometida con los valores éticos y espirituales, en el plano del diálogo interreligioso e intercultural, es crucial promover espacios de conversación y entendimiento mutuo que reconozcan la riqueza y la dignidad inherentes a cada tradición espiritual, el esfuerzo de encuentro y reconocimiento mutuo es fundamental para construir puentes de solidaridad y respeto.
En el ámbito público y político, se impone la necesidad de actuar con firmeza en la defensa de los derechos a la libre expresión de la fe, así como en la denuncia y persecución de actos de cristanofobia a través de las estructuras legales y el activismo social, la movilización a través de plataformas digitales y medios de comunicación ofrece una herramienta poderosa para sensibilizar sobre estos temas, desafiar narrativas de odio y promover un mensaje de unidad y tolerancia, a nivel personal y comunitario, cada cristiano está llamado a encarnar, a través de sus acciones y su vida diaria, los principios del Evangelio, demostrándole al mundo que el camino de la compasión, el perdón y el amor no solo es posible sino transformador, este testimonio de vida constituye una respuesta poderosa y auténtica frente a los prejuicios y la intolerancia.
Ante la cristanofobia, como frente a cualquier forma de intolerancia, nuestra respuesta colectiva habla del tipo de sociedad que aspiramos a ser: una comunidad global que, en la diversidad de sus creencias y modos de vida, encuentra razones para el respeto y la celebración mutua, no para la división, es un llamado a la acción, a la solidaridad y al compromiso activo con los valores fundamentales de la dignidad humana, es una invitación a reafirmarnos en una visión del mundo donde la empatía, la justicia y la paz sean las guías de nuestro actuar común.
Es necesario enfrentar la cristanofobia con una respuesta contundente y plural, abogar por un futuro donde la tolerancia y la coexistencia pacífica prevalezcan sobre el oscurecimiento que suponen el odio y el miedo, una tarea ardua, sí, pero también un noble desafío que nos convoca a todos, un desafío cuya superación será testimonio de nuestra capacidad para tender puentes sobre las divisiones, iluminando con esperanza los caminos hacia una convivencia armónica y respetuosa de nuestra rica diversidad humana.
¡No nos quedemos callados denunciemos con toda fuerza la cristanofobia!