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Dies Sextus

Hoy me veo compelido a alzar mi voz con asombro, indignación y una tristeza que cala hondo ante la creación de un lobo terrible Canis Dirus, por Colossal Biosciences, una empresa valuada en 10,200 millones de dólares que, con una ambición que roza lo desquiciado, ha irrumpido en la ingeniería genética para fabricar una criatura “armada” con ADN del lobo gris y otros fragmentos, gestada en perros —seres domesticados jamás destinados a cargar con tal aberración— y que, según se rumorea, podría ser “liberada” en un ecosistema que no tiene registro de su existencia, me desconcierta, me enfurece, que una corporación con semejante riqueza recaude fondos para este experimento mientras millones de seres humanos languidecen en el hambre, la desnutrición, la muerte prematura y no se detienen ahí, han anunciado que seguirán con el tigre de tasmania, el dodo, mamuts lanudos, todo esto parece un intento arrogante de rehacer el sexto día del Génesis a nuestra imagen, como si quisiéramos usurpar el acto creador de Dios con nuestra propia versión torcida, ¿para qué?, ¿tomaremos el ADN de Einstein y lo resucitaremos?, ¿de Napoleón?, ¿Lincoln?, ¿Juana de Arco?, ¿San Pedro?, ¿Lenin?, ¿Carlos V?, ¿Curie?, ¿Santa Teresa de Ávila?, ¿Mao?, ¿Shakespeare?, ¿Cervantes?, ¿Porfirio Diaz?, o acaso pondremos todos esos fragmentos en un solo individuo, un monstruo de retazos históricos? Como católico, guiado por la doctrina de la Iglesia y desde los principios morales que resuenan en toda alma humana, veo este acto como una afrenta al orden creado, una provocación a la voluntad divina, un reflejo grotesco de una arrogancia que no conoce límites.

La fe católica nos enseña que Dios diseñó el mundo con un propósito claro, un equilibrio delicado, el sexto día del Génesis relata cómo llenó la tierra de criaturas vivientes, cada una con su lugar, su armonía, confiando al hombre su cuidado, no su reinvención, “Dominad la tierra”, dice la Escritura, pero ese mandato es de custodia, una invitación a la reverencia, no una licencia para desarmar la creación y jugar a ser arquitectos de lo imposible, la Ley Natural, grabada en nuestra esencia por el Creador, nos llama a honrar la vida en todas sus manifestaciones, desde el lobo que acecha en la penumbra del bosque hasta el perro que duerme a nuestros pies, pero este lobo terrible, un mosaico genético parido en un laboratorio, no es obra divina, es un artefacto humano, una sombra de vida que no pertenece al tapiz de la naturaleza, soltarlo en un entorno que no lo reconoce, que no tiene un lugar para él, es un acto que resuena con la tentación primordial, la hybris de querer ser dioses y ahora, con planes de resucitar tigres de tasmania, dodos, mamuts, parece que no nos basta con admirar el sexto día, queremos reescribirlo, fabricar nuestra propia génesis, una donde el hombre, no Dios, dicta qué vive y cómo; ¿dónde trazamos la línea?, ¿qué nos impide profanar tumbas, extraer el ADN de los grandes de la historia y fabricar réplicas o híbridos grotescos?, ¿es este el futuro que imaginamos, un circo de quimeras donde Einstein y Napoleón podrían compartir un cuerpo con San Pedro?

La Iglesia, en su sabiduría milenaria, nos ofrece una guía firme, el Catecismo insiste en que la ciencia y la tecnología son dones para servir a la dignidad humana y al bien común, no para alimentar la vanidad o el poder, Gaudium et Spes nos advierte que el progreso desprovisto de ética es un camino hacia el abismo, ¿qué dignidad hay en este lobo gestado en perros, en este plan de resucitar especies extintas para quién sabe qué fin, mientras niños mueren de inanición y madres lloran a sus hijos perdidos por falta de pan?, ¿qué bien común se persigue al introducir estas criaturas en ecosistemas desprevenidos, donde podrían desestabilizar todo lo que los rodea?, ¿cómo se adaptarán, cómo evolucionarán, serán un peligro, o simplemente trofeos de una ciencia que ha perdido el rumbo?, Colossal Biosciences, con sus 10,200 millones de dólares, parece más interesada en alardear de su poder que en responder al sufrimiento humano, su lista de proyectos —tigres, dodos, mamuts— amplifica la locura, como si quisieran proclamar que el sexto día no fue suficiente, que podemos hacerlo mejor, ¿para qué?, ¿para llenar zoológicos de curiosidades, para vendérselos a millonarios excéntricos o para alimentar un ego colectivo que no sabe cuándo detenerse?, ¿y si llegamos a los humanos, qué nos detendrá de resucitar a Lincoln, a Juana de Arco o de mezclarlos en un solo ser, un pastiche genético sin alma ni propósito?

La razón, esa chispa que nos distingue, nos grita que la vida no es un juego de ensamblaje, la evolución ha tejido su historia con una paciencia que escapa a nuestra comprensión, cada especie, desde el lobo gris hasta el mamut que una vez pisó la tundra, tuvo su tiempo, su lugar, pero este lobo terrible, este plan de resurrecciones artificiales, no respeta ese orden, son intrusos, fabricados no por necesidad sino por capricho, ¿qué nos autoriza a alterar ese ritmo, a saquear el pasado genético, a arrojar estas criaturas a un mundo que no las esperaba, mientras el hambre siega vidas que podríamos salvar?, la liberación de este lobo plantea incógnitas sombrías: ¿desestabilizará el equilibrio natural, se reproducirá creando un linaje artificial, amenazará a las especies nativas?, y con los próximos en la lista, ¿qué pasará cuando tigres de tasmania y mamuts caminen de nuevo, sin un ecosistema que los sostenga?, ¿y si cruzamos el umbral humano, resucitando a Einstein o a San Pedro, qué significará ser humano cuando la vida misma sea un producto de laboratorio?, nuestra obsesión por rehacer el sexto día no es progreso, es una parodia, un desafío a la sabiduría divina que ordenó la creación con un propósito que no nos corresponde redefinir, la ética nos exige frenar, nos susurra que no todo lo posible es justo, que el poder no justifica la acción.

Siento una tristeza abrumadora ante esta deriva, la ciencia ha sido luz en la oscuridad, ha curado, ha elevado, pero hay un abismo entre restaurar y fabricar, entre aliviar el dolor y crear quimeras, este lobo, estos planes de resurrección, no son promesas de un mundo mejor, son presagios de una hybris que nos consume, San Francisco de Asís vio al lobo como hermano, parte de una creación sagrada, ¿qué diría de esta criatura gestada en perros, de este desfile de especies extintas traídas de vuelta con fondos que podrían alimentar a los hambrientos, de esta pretensión de rehacer el sexto día como si fuéramos los dueños del tiempo y la vida?, clamo por la humildad que la Iglesia nos pide, apelo a esa voz interior que reconoce la santidad de la vida, que este lobo, que estos proyectos, sean un espejo que nos confronte, no trofeos de nuestra vanidad, que nos despierten a la armonía con lo creado, porque si la soberbia nos arrastra, si seguimos resucitando el pasado mientras ignoramos el presente, si insistimos en nuestra propia génesis en lugar de honrar la de Dios, el vacío que dejemos —con 10,200 millones de dólares despilfarrados mientras los necesitados claman— será nuestro verdadero legado, un mundo sin alma, poblado de sombras que nosotros mismos conjuramos, al final, homo homini lupus, el hombre será lobo para el hombre, pero Dios prevalecerá siempre, su creación, su orden, su verdad, se alzarán por encima de nuestras quimeras, recordándonos que no somos los amos, sino los siervos de un designio mayor.