Esa pregunta, “¿Dónde están los que te acusan?”, se me clava en el alma, soy mexicano, católico de corazón, criado con el sonido de las campanas y el amor, en mi fe, sé que el pecado no es un juego, el adulterio no es algo que se pueda pasar por alto; hiere el matrimonio, que para nosotros es sagrado, el cimiento de la familia, el tesoro de nuestra tierra, la Iglesia nos lo ha enseñado siempre: hay cosas que están mal y punto, pero cuando Jesús dice “¿Dónde están los que te acusan?”, no me deja quedarme solo en eso, me obliga a mirarme a mí mismo, me hace preguntarme: ¿dónde estoy yo en esa escena? ¿Soy de los que tienen la piedra en la mano, listo para juzgar o de los que se van, sabiendo que también cargo mis fallas? Esa pregunta no es solo para la mujer; es para mí, para todos nosotros que decimos seguir a Cristo.
Vivo en un México donde la fe es como el aire que respiramos o al menos eso creo, desde niño, he visto a mi gente arrodillarse ante el Santísimo, llevar flores a la Virgen, pedirle a San Judas un milagro y en esa fe, hay una certeza: Dios no se equivoca, el matrimonio es hombre y mujer, un pacto santo y el adulterio lo rompe, no hay manera de suavizarlo; es una verdad que defendemos con el alma, porque sin familia fuerte no hay pueblo fuerte, pero cuando pienso en esa mujer, sola frente a Jesús y escucho “¿Dónde están los que te acusan?”, algo se mueve dentro de mí. Sí, el pecado es real y no lo niego, pero también es real que yo no estoy limpio, he fallado en mis promesas, he sido débil en mis tentaciones, he herido a otros con mis palabras o mi egoísmo. ¿Entonces qué? ¿Sigo señalando como si fuera juez, o me miro como soy: un pecador que también necesita a Jesús?
Esa pregunta me persigue, me lleva a mis días comunes, a mis pláticas con la familia, a mis rezos en la iglesia, ¿Cuántas veces he juzgado a alguien por lo que hizo, sin pensar en lo que yo he hecho?, somos buenos para ver la paja en el ojo ajeno, como dice el dicho, si alguien se equivoca, si una vecina chismea, si un político falla, rápido sacamos la piedra: “¡Mira lo que hizo!” y no digo que esté mal señalar lo malo; Jesús no le dice a la mujer que su pecado no cuenta, le dice “no peques más” y eso es serio, un mandato claro, pero antes de eso, con su “¿Dónde están los que te acusan?”, me está diciendo: “Para un poco. ¿Y tú dónde estás? ¿Estás tan seguro de tu justicia?”, los fariseos se fueron porque sus propios pecados los alcanzaron y yo, ¿me quedo o me voy?
Pienso en cómo era antes, en los tiempos de mis abuelos, había más respeto por lo sagrado, más miedo de ofender a Dios, si alguien caía en algo como el adulterio, se hablaba bajito, pero se sabía que estaba mal, en cambio hoy, todo es ruido, en la tele, en el celular, en la calle, parece que el pecado se aplaude, hay quienes dicen que el matrimonio ya no importa, que cada quien haga lo que quiera, eso me duele como católico conservador, porque sé que sin esas raíces firmes, nuestro México se pierde, pero también veo el otro lado: los que juzgan sin parar, los que condenan como si fueran santos, Jesús, con su pregunta, me pone en mi lugar. “¿Dónde están los que te acusan?” es como si me dijera: “No seas fariseo. No te creas más. Tú también has tropezado”.
En mi vida, he tenido mis luchas, recuerdo veces que me enojé con alguien, que lo critiqué duro, que pensé “esa persona no merece perdón”, pero luego, en la noche, frente a mi cruz en la pared, me acuerdo de mis propios errores, he sido impaciente con mis hijos, he hablado mal de un amigo, he dejado de rezar cuando más lo necesitab, ¿Dónde estoy yo entonces? ¿Tengo derecho a tirar piedras? Jesús no me deja esconderme, su pregunta me desnuda: “¿Dónde están los que te acusan?” y la verdad es que, si alguien me pusiera en el centro como a esa mujer, también bajarían la cabeza y se irían, por qué todos cargamos algo.
En este México nuestro, tan lleno de fe y de contradicciones, creo que este Evangelio es una guía, no podemos dejar que el mundo nos convenza de que el pecado no existe; eso es mentira y Jesús lo deja claro con su “no peques más”, pero tampoco podemos ser de los que apedrean sin mirarse. “¿Dónde están los que te acusan?” es un recordatorio de que la fe católica no es solo reglas, sino corazón, es defender el matrimonio, la familia, la vida, lo que Dios quiso, pero con humildad, sabiendo que todos necesitamos su gracia, he visto a gente buena levantarse después de caer: un hombre que dejó el vicio, una madre que volvió a la Iglesia, eso es lo que Jesús quiere: no destruir, sino salvar.
A veces, cuando voy a misa y escucho este pasaje, siento que Jesús me mira directo. “¿Dónde están los que te acusan?”, me pregunta y yo quiero responder: “Se fueron, Señor, porque yo también soy como ellos”. No soy mejor que la mujer adúltera; soy igual, necesitado de tu amor, como conservador, quiero que mi país vuelva a lo que era: un lugar donde se honre a Dios, donde la familia sea lo primero, pero como católico, sé que no se logra con piedras, sino con manos que ayuden, la mujer no fue apedreada; fue rescatada y yo, ¿dónde estoy? ¿Sigo acusando, o me pongo a su lado, pidiéndole a Cristo que nos levante a los dos?
Este Evangelio me marca, me dice que mi fe es lucha, pero también es perdón, que debo ser firme en lo que creo, pero suave con los que fallan. “¿Dónde están los que te acusan?” es una luz en mi camino, me enseña a soltar mis piedras, a arrodillarme, a vivir como hermano, no como juez, en este México que esa sea mi meta: verdad con amor, justicia con esperanza, por qué al final, todos somos esa mujer, esperando no un castigo, sino una voz que diga: “Tampoco yo te condeno”.