A lo largo de dos mil años, el camino hacia Belén, ese pequeño pueblo donde la humanidad acogió la encarnación de la esperanza y el amor divino, ha sido oscurecido por un paisaje sombrío de guerra, injusticia y soberbia, cada año, a medida que nos acercamos a la Navidad, se hace imperativo preguntarnos: ¿Qué ha sucedido con la senda que una vez llevó a millones hacia el saludo de aquel niño en un pesebre? ¿Cómo se ha desdibujado la visión de un mundo unido en la paz que brotó de aquel humilde portal?
La historia del nacimiento de Jesús es un relato que debería como una luz en medio de la oscuridad iluminar, sin embargo, al mirar hacia nuestro mundo actual, encontramos que esta luz está cubierta por una densa neblina de conflicto, la guerra ha sido el idioma predilecto de la humanidad durante siglos y cada estallido de violencia es un recordatorio doloroso de nuestra incapacidad para encontrar soluciones pacíficas a nuestros dilemas, desde las grandes batallas de la historia hasta los conflictos más recientes que desgarran naciones, el eco de la guerra ahoga el canto de los ángeles que proclamaron la paz en la Tierra aquel primer Nacimiento.
Hoy, vemos a los pueblos sumidos en la desesperación, familias destrozadas por los bombardeos y refugiados forzados a dejar atrás sus hogares, la idea de que cada uno de nosotros es un hijo e hija de Dios, dignos de amor y respeto, ha sido sorprendida en el fuego de la violencia, en este contexto, el camino hacia Belén se siente cada vez más distante. ¿Cómo podemos recordar la llegada del redentor en un mundo donde los niños siguen siendo víctimas de una guerra sin sentido? ¿Dónde está la promesa de paz de aquel momento sagrado cuando cada día se escriben nuevas historias de sufrimiento humano?
La injusticia también opera como un velo que cubre la humanidad.
Vivimos en un mundo que opera en intereses desiguales, donde unos pocos acumulan riqueza y privilegios a expensas de las masas, la historia ha demostrado que la avaricia, disfrazada de desarrollo, genera un impacto devastador en vidas humanas, mientras los recursos del planeta son explotados sin miramientos, millones se ven forzados a sobrevivir con lo mínimo, esta lucha diaria por la existencia se agrava cuando consideramos que, a menudo, las políticas y decisiones que afectan a las comunidades vulnerables se toman sin su participación ni consideración.
En Belén, Dios eligió la pobreza y la humildad como el vehículo para su llegada; sin embargo, hoy, hemos elevado muros invisibles que separan nuestras vidas de la dolorosa realidad de aquellos que claman por justicia.
La soberbia, esa insidiosa característica del alma humana, también ha contribuido a desviar nuestro camino hacia Belén, en un mundo lleno de conflictos ideológicos y culturales, hemos ido construyendo barreras de egoísmo y arrogancia que dificultan nuestra capacidad de escuchar y comprender al otro, la soberbia puede manifestarse de múltiples maneras: en la falta de empatía hacia el sufrimiento ajeno, en la incapacidad de reconocer nuestras propias limitaciones y errores, o en un desdén general hacia aquellos que se encuentran en situaciones difíciles, este endurecimiento del corazón es el verdadero enemigo que nos aleja de la esencia del mensaje del Niño en el pesebre.
Mientras celebramos la Navidad, debemos enfrentar no solo la alegría de la festividad, sino también la pesada carga de nuestra historia colectiva, debemos reconocer que la oscuridad que rodea el camino hacia Belén es resultado no solo de fuerzas externas, sino también de nuestras propias acciones y decisiones, cada vez que elegimos cerrar los ojos ante el sufrimiento de otros, cada vez que contribuimos a sistemas de opresión o desatendemos nuestras responsabilidades cívicas y morales, estamos ensombreciendo ese sendero.
La pregunta crucial que enfrentamos en este momento es: ¿Cómo podemos redescubrir el camino hacia Belén? Este no es solo un llamado a la paz y la justicia, sino una invitación a un cambio profundo y transformador en nuestro interior y en nuestra comunidad, para recuperar la esencia del mensaje de Belén, debemos comprometernos a actuar, la verdadera belleza del nacimiento de Cristo no está únicamente en las luces y los villancicos, sino en la fe activa que nos empuja a transformar el mundo.
Imaginemos un mundo donde el amor y la compasión se conviertan en el núcleo de nuestras interacciones, esto no significa ignorar las diferencias que nos separan, sino abrazarlas con un corazón abierto, dispuestos a aprender unos de los otros.
Quizás el camino hacia Belén resplandezca una vez más cuando comencemos a quitar las espinas que hemos sembrado a lo largo de la historia, cada acto de bondad, cada esfuerzo por aliviar el sufrimiento ajeno, cada pequeño gesto de paz, puede ser una chispa de luz que contribuya a reconstruir la senda al lugar donde la humanidad fue guiada por la esperanza.
Es tiempo de abrazar la realidad de que el camino hacia Belén es una responsabilidad compartida, no puede ser un camino solo de celebración, sino también de acción consciente, La Navidad debe ser un momento de reflexión, pero quizás más importante aún, un momento de compromiso renovado con un mundo que necesita desesperadamente un cambio.
En lugar de permitir que el ciclo de guerra y sufrimiento continúe, tomemos la decisión de hacer de nuestra vida una manifestación de amor, volvamos a Belén no solo en espíritu, sino en acción, desde nuestras casas, entre nuestras comunidades, en nuestro México.
Que este viaje sea una rebeldía contra la injusticia y la complacencia, una lucha constante por la paz y la comprensión, a medida que nos adentramos en esta temporada de esperanza, recordemos que Belén no es solo un destino físico, sino un estado de ser, una actitud de corazón, en cada celebración de la Navidad, que nuestras voces clamen por el amor, la unidad y la justicia, al caminar juntos por este sendero rejuvenecido, no solo revivimos el mensaje del nacimiento de Cristo, sino que también ponemos en marcha la posibilidad de un nuevo amanecer para la humanidad.
Así, al elevar nuestras miradas hacia las estrellas que una vez guiaron a los pastores, dejemos que ese brillo nos inspire a ser portadores de luz en un mundo sumido en la oscuridad, este es el verdadero regalo de Belén: la oportunidad de convertirnos en sol en medio de la tormenta, de ser la esperanza que otros necesitan y de juntos, reverdecer el camino que conduce hacia el amor, la paz y la justicia.