Me siento en la penumbra de mi propio silencio, dejo que mi alma vague por el torbellino económico que envuelve al mundo, un caos que resuena con una intensidad que no puedo ignorar, aquí en México, también en los confines más lejanos del planeta, es un espectáculo que me abruma, un ballet desordenado donde las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos dibujan sombras largas sobre todos nosotros, un día los mercados ascienden, frágiles como un castillo de naipes alzado por un soplo de esperanza, al siguiente se derrumban, atrapados en un remolino de amenazas y promesas que se deshacen como polvo al viento, las bolsas tiemblan, los sueños se tambalean, yo me quedo preguntándome, con una mezcla de asombro y desasosiego, ¿cómo hemos llegado a este borde, a este precipicio donde la incertidumbre parece ser la única constante?, en este ir y venir una certeza se cuela lentamente en mi corazón: mientras el mundo entero busca aferrarse a un hilo de estabilidad, alguien, en algún rincón callado y lejano, está amasando billones de dólares.
Me detengo, miro más allá de lo evidente, busco sentido en lo que parece carecer de él, ¿por qué un día los aranceles se alzan como murallas, como si pudieran contener el flujo del tiempo mismo, solo para pausarse al alba siguiente con un susurro que suena a tregua? Luego, sin lógica aparente, vuelven a elevarse, después se concede una pausa de noventa días a todos, menos a China, es un juego que me desconcierta, como si alguien moviera piezas en un tablero que no alcanzamos a ver, un ajedrez donde las reglas se reescriben con cada jugada, ¿quién puede construir un futuro en este terreno movedizo, quién puede imaginar un mañana cuando el hoy se fragmenta sin piedad? En la quietud de mi alma lo entiendo: esta incoherencia no es un descuido, es un lienzo para el caos, un espacio donde los especuladores tejen fortunas con hilos que apenas intuimos, mientras el resto del mundo lucha por no perderse en la tormenta.
Pienso en cómo estas subidas y bajadas reverberan más allá de los mercados, tocan algo profundo en la psique global, los inversionistas, agotados por la incertidumbre, corren hacia los bonos del Tesoro de Estados Unidos, ese refugio que promete seguridad cuando todo lo demás se quiebra, esa huida tiene un costo: las tasas de interés tendrán que descender, quizás hasta cero, para que Estados Unidos pueda sostener su deuda, una montaña de más de 33 billones de dólares, sin hundirse bajo su propio peso, me detengo en esa imagen, la dejo resonar en mi mente, ¿es esto un plan deliberado, un diseño donde el caos canaliza el dinero hacia los bonos, las tasas se desploman, el país paga su deuda con un suspiro que parece casi un truco de magia? ¿O hay algo más turbio tejiéndose en las sombras, algo que trasciende las explicaciones que nos ofrecen? Me pregunto si este juego de aranceles y pausas es solo un capítulo en una historia más antigua, una donde el poder y la riqueza se redistribuyen en ciclos que hemos visto antes, desde las crisis de antaño hasta las guerras comerciales de hoy.
El dinero, me susurro, no se desvanece, solo encuentra nuevos dueños, mientras las tarifas bailan como olas impredecibles hay quienes saben domarlas: compran en la penumbra del miedo, venden bajo la luz fugaz de la calma, me imagino a esos titanes sin rostro, tal vez en torres de cristal en Nueva York, en mansiones ocultas en Shanghai, en islas que los mapas olvidan, contemplando cómo el mundo se agrieta, se recompone para su beneficio, no están solos: hay fondos de inversión que apuestan contra la estabilidad, corporaciones que reconfiguran cadenas de suministro para exprimir ganancias, oportunistas que recogen los restos de industrias quebradas, nosotros, los demás, quedamos atrapados en las grietas: agricultores en Iowa o en Sonora que ven sus cosechas pudrirse en almacenes, fábricas en Guangdong o en Querétaro que cierran como si apagaran una vela, hogares desde Lagos hasta Lima donde los precios trepan como un peso que oprime el alma, los vencedores, los que transforman la inestabilidad en oro, se mueven como sombras, intocables, fuera del alcance de nuestra mirada.
Aquí, en México, este desorden se siente como un latido en la piel, un recordatorio de nuestra vulnerabilidad en un mundo interconectado, pienso en cómo nuestras proyecciones económicas se desdibujan día tras día, como un reflejo en un espejo empañado, las cifras más recientes susurran un futuro incierto: el PIB podría crecer apenas entre un 1.0% y un 1.5%, según el FMI y BBVA Research, un paso lento que roza la inmovilidad, algunos analistas, como los encuestados por Banco de México, lo ven aún más oscuro, apenas un 0.5% en el peor de los casos, es un eco de nuestra dependencia, de cómo las exportaciones a Estados Unidos, que representan casi el 80% de nuestro comercio, se frenan cuando los aranceles aprietan, de cómo las inversiones dudan cuando la confianza global se erosiona, México no está solo: pienso en Europa, donde el crecimiento también se tambalea por la incertidumbre comercial, en África, donde las materias primas sufren los vaivenes de la demanda, en Asia, donde países pequeños quedan atrapados entre los gigantes, este caos no respeta fronteras.
Mi mente se remonta a la historia, busca ecos de este momento, recuerdo las crisis del siglo XX, las guerras comerciales que precedieron a conflictos mayores, las promesas de grandeza que terminaron en colapsos, ¿es esto diferente, o es solo otro giro en la misma rueda, donde el poder se concentra mientras las mayorías pagan el precio? Me pregunto qué es realmente este enfrentamiento entre China y Estados Unidos, China teje su ascenso con la paciencia de un río que erosiona la piedra, fortalece su influencia en Asia, África, América Latina, Estados Unidos, por su parte, responde con gestos abruptos, con aranceles que suben, pausas que confunden, como si quisiera sujetar un poder que siente escaparse, cavilo: ¿es solo una lucha por la supremacía, un choque de titanes, o hay un telón que no vemos, una agenda que se escribe en clave? ¿Buscan realmente restaurar la grandeza de una nación, como proclaman, o estamos siendo testigos de algo más oscuro, un juego donde los bonos y las tasas a cero son solo la superficie de un abismo mayor?
Tal vez estas idas y venidas no sean un error, pienso mientras el silencio me envuelve, tal vez sean el latido de un propósito mayor, uno que no anhela estabilidad, sino fracturas donde unos pocos puedan florecer, siento el dolor de lo que dejamos atrás: empleos que se disipan como niebla, desde Detroit hasta Bangalore, mercados que se parten como ramas secas, desde São Paulo hasta Seúl, vidas que se repliegan ante un horizonte que se nubla, en pueblos y ciudades que nunca aparecen en los titulares, luego pienso en esos billonarios que emergen del caos, en cómo cada grieta parece alimentar sus arcas, esto no es solo una guerra de economías o ideologías, me digo en voz baja, es un banquete callado, una mesa servida para quienes descifran el desorden como un mapa hacia la riqueza.
En la quietud de esta reflexión una pregunta más grande me atraviesa, una que pesa como el mundo mismo: ¿dónde queda el bien común, qué pasa con la dignidad de todos los que habitamos este planeta, los que no jugamos en ese tablero, los que no ganamos billones mientras el mundo se resquebraja? Me detengo, miro dentro de mí, busco una respuesta que no llega, este juego de subidas y bajadas, de bonos y tasas, de vencedores y vencidos, parece olvidar que hay vidas detrás de los números, sueños detrás de las estadísticas, pienso en el niño en una aldea de Chiapas que no entiende de aranceles pero siente el hambre, en la madre en Marruecos que pierde su empleo por una fábrica que se muda, en el anciano en Henan que ve los precios subir sin explicación, ¿es este el destino que merecemos: ser peones en una partida que no comprendemos, mientras unos pocos se alzan sobre nuestras ruinas? Alguien está ganando, no somos nosotros, más allá de esa verdad una inquietud me abraza: ¿qué buscan realmente quienes mueven los hilos, es todo esto un cálculo frío de deuda y poder, o hay algo más turbio en la penumbra? Si es así, ¿cuándo, si alguna vez, recuperaremos la dignidad de un mundo que nos pertenece a todos, un mundo donde el bien común no sea solo un eco lejano, sino el latido que nos una?