Cuando contemplamos el vasto recorrido de la historia de la humanidad, un tema recurrente emerge con fuerza y claridad: la lucha entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal, en particular, esta batalla se intensifica dentro de la Iglesia, esa institución sagrada que representa la presencia de Dios en nuestro mundo, a lo largo de los siglos, hemos sido testigos de cómo, cuando la oscuridad parece reinar con mayor fulgor, es precisamente en esos momentos críticos cuando Dios en Su profunda sabiduría y amor infinito, decide enviar a los más grandes Santos, aquellos portadores de luz, para rejuvenecer y santificar Su casa.
Esta es una verdad que resuena con fuerza y esperanza en nuestros corazones.
La historia está repleta de momentos en que las fuerzas del maligno han intentado asediar los cimientos de la fe, desde las persecuciones de los cristianos en los albores de la Iglesia hasta las herejías que han asediado la doctrina a lo largo de los siglos, la oscuridad siempre ha buscado infiltrarse en los corazones y las mentes de los fieles pero, en el fragor de estas luchas, Dios ha levantado a Sus elegidos, a quienes ha dotado de una ferviente pasión, un amor desbordante y una espiritualidad irresistible, para combatir la desesperanza y restaurar la luz.
Pensemos, por un momento, en la figura de San Pedro, el primer Papa, cuyas negaciones y renacimientos nos muestran que incluso los más cercanos a Cristo pueden atravesar momentos de crisis, su vida se convirtió en un modelo de arrepentimiento y renacimiento, llevando el mensaje de la salvación a los confines del mundo conocido, a través de sus lágrimas forjó un camino hacia la luz, un legado que ha iluminado a millones a lo largo de la historia, en sus enseñanzas y en su perseverancia, encontramos una clara evidencia de que, incluso en los momentos más oscuros, hay un amanecer que nos espera.
No podemos olvidar a San Francisco de Asís, cuya vida se transformó en una melodía de amor y devoción por la creación de Dios, en un tiempo en que la avaricia y el materialismo hacían mella en la fe de la comunidad San Francisco renació en el desprendimiento y la sencillez, su caridad hacia los pobres y su conexión íntima con la naturaleza reavivaron el espíritu de la Iglesia, mostrándonos que la verdadera grandeza reside en el amor desinteresado y en la búsqueda de la paz, es a través de su ejemplo que comprendemos que ante la oscuridad, somos llamados a ser luz, a acoger el llamado divino de servir a los demás y a glorificar a Dios en nuestro diario caminar.
En los peores momentos, cuando la confusión y el miedo amenazaban con desbordar el corazón de la Iglesia, Dios también envió a Santa Teresa de Ávila quien, armada con la fuerza de su fe y su pasión por la oración, logró revivir la vida espiritual de su tiempo, su capacidad para encontrar a Dios en la oración y su compromiso con la reforma carmelita son testimonios de que cuando parece que la oscuridad se adueña de nuestros corazones hay siempre un camino hacia la luz, en su vida nos invita a renacer, a alcanzar la intimidad con Dios, reforzando nuestra fe y autenticidad.
Entonces, cuando reflexionamos sobre la travesía de la Iglesia en su conjunto, debemos recordar las palabras de Cristo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, está promesa sagrada se convierte en una guía de esperanza para todos nosotros, en cada crisis, Dios despliega Su inmenso poder, de tal manera que a medida que los poderes malignos intentan asediar el rostro de la Iglesia, se activan respuestas divinas.
Los Santos no solo han venido a guiarnos; han sido y continúan siendo, los instrumentos de restauración y renovación.
Imaginemos un futuro en el que, fortalecido por su ejemplo, cada uno de nosotros se convierta en un Santo contemporáneo. ¡Qué maravilloso sería esto! Cada uno de nosotros puede ser un faro de esperanza, cuyas vidas se entrelazan con el plan divino, convirtiéndose en testimonios vivientes del amor de Cristo, en medio de la lucha nos unimos en oración y acción, renovando nuestras promesas de fe y dedicación.
En estos tiempos de incertidumbre, debemos abrazar la certeza de que somos capaces de ser agentes de cambio.
Alcemos nuestras voces en un canto de esperanza y fe sabiendo, que aun en los momentos más sombríos, la luz de Dios brillará a través de nosotros, nunca permitamos que la oscuridad nos apague.
Que los grandes Santos que han precedido nuestro caminar continúen guiándonos, inspirándonos y apoyándonos a medida que buscamos reflejar la luz de Cristo en cada rincón de nuestra vida.
Es en esta convicción, en esta promesa de renovación eterna, donde hallamos nuestro propósito: ser instrumentos de paz y esperanza, dispuestos a enfrentar la oscuridad con coraje y fe, porque sabemos, con absoluta certeza, que la luz que viene de Dios siempre triunfará y que en cada sombra, hay una oportunidad divina para brillar. ¡Amén!