En el corazón palpitante de la Ciudad de México, donde el vibrante color de la cultura y el ruido constante de la vida danzan en un interminable vaivén, se cierne sobre nosotros una sombra ominosa: la legalización de las drogas, esta amenaza, más que un mero debate, se convierte en un monstruo voraz y descontrolado, un animal furioso que devora esperanzas y vidas, que se cierne como un espectro sobre nuestra juventud, nuestros niños, nuestros padres y nuestras familias enteras.
Imaginemos si pudiéramos, un futuro en el que nuestros niños, en lugar de jugar en las calles con risas y sueños, encuentren en su camino un oscuro camino de tentaciones disfrazadas de oportunidades, este ‘progreso’ que algunos defienden como un salvavidas, se presenta en realidad como una cadena de oro que aprieta su vida, atrapándolos en un ciclo sin fin de adicción, dolor y en el mejor de los casos, una existencia sobreviviente, cada día que pasa, más jóvenes son seducidos por este espectro que promete alivio pero que, en su esencia, solo ofrece perdición.
Las historias de vidas desgarradas se entrelazan en la narración de esta lucha, nos encontramos con un padre que observa impotente cómo su hijo, un brillante estudiante, se desliza lentamente hacia la oscuridad de la dependencia química, recuerda las noches en las que compartían sueños y esperanzas, ahora esos sueños se marchitan en el aire, mientras el hijo se enfrenta a un enemigo silencioso que no discrimina: el deseo de escapar, de adormecer la realidad y de no sentir.
Cada sustancia que se legaliza es un ladrillo más en la muralla que lo separa de la vida que una vez prometió conquistar y así, nuestra ciudad, que debería ser un hogar, se convierte en un campo de batalla, donde las familias son los soldados caídos en esta contienda encarnizada.
Hablemos de las madres, guerreras de la cotidianidad, ellas que luchan cada día contra un monstruo que robará a sus hijos, ellas que levantan la voz y gritan, que extienden sus brazos en búsqueda de respuestas y que a menudo, solo reciben la indiferencia, la legalización de las drogas no es solo una cuestión legal; es una declaración de abandono a la moral y a la responsabilidad social, cada familia destruida deja una cicatriz imborrable en el lienzo social de nuestra ciudad, ¡Cuántas familias han sido despojadas de sus vínculos, cuántos hogares se han tornado en sombras! El eco de llantos se mezcla con el ajetreo del día a día, convirtiendo la risa en un recuerdo distante.
Las estadísticas son desgarradoras y revelan lo que ocultamos bajo la superficie de la normalidad, en aquellos lugares donde se ha implementado la legalización, los índices de consumo entre adolescentes han aumentado, al igual que las tasas de violencia, desesperación y trágicamente, suicidio, las calles, que una vez fueron un símbolo de vida y esperanza, se transforman en escenarios de dolor, vemos jóvenes atrapados entre la vida y la muerte, su futuro una borrasca de incertidumbres, rodeados por un entorno que en lugar de ofrecer refugio, les brinda un abismo.
En esta lucha, cada voz es una antorcha, cada palabra un grito que resuena a través de los ecos de la historia, nos enfrentamos no solo a la legalización, sino a una ideología que considera que el acceso irrestricto al veneno es una forma válida de libertad, sin embargo, la verdadera libertad no se encuentra en entregarse a las garras de un ser voraz, sino en la posibilidad de elegir un camino que conduzca al crecimiento, la salud y la prosperidad.
Nuestro deber es sembrar un futuro donde los jóvenes puedan mirar alrededor y encontrar inspiración, no podemos permitir que este monstruo, que se alimenta de la desesperación y la fragilidad, tome el control de nuestras vidas, cada día, debemos unir nuestras voces en un grito sonoro, un pacto conjunto de resistencia contra la normalización de la adicción, la lucha contra la legalización de las drogas en la CDMX no es solo un deber; es un acto de amor hacia nuestras familias, hacia el futuro de nuestros hijos, hacia la esperanza de una vida digna donde las risas llenen el aire y no las lágrimas.
La historia de nuestra ciudad se está escribiendo ahora, seamos los autores de una narrativa donde la lucha contra este animal furioso se convierta en un ejemplo de valentía y determinación, defendamos nuestras calles, nuestras familias y a nuestros jóvenes, que el eco de nuestra lucha resuene en cada rincón de la Ciudad de México, que gritemos juntos por un futuro en el que la vida triunfe sobre la adversidad, un futuro donde finalmente, las sombras sean solo sombras y el amor y la esperanza broten en cada rincón de nuestra amada ciudad. ¡Es tiempo de despertar, de luchar! ¡No permitiremos que el monstruo devore lo que más amamos!