México sangra. La violencia se extiende como una plaga, dejando tras de sí un rastro de desolación y dolor. Familias destrozadas, vidas arrebatadas, comunidades aterrorizadas. Cada día, los medios de comunicación nos muestran la cruda realidad: asesinatos, decapitaciones, fosas clandestinas, madres que buscan a sus hijos desaparecidos, policías y soldados que caen en la línea de fuego. Es un panorama desgarrador que nos enfrenta al lado más oscuro de nuestra sociedad.
Y sin embargo, en medio de este infierno, encontramos un fenómeno aberrante: la proliferación de programas de televisión y series que, lejos de mostrar la realidad del crimen organizado, lo idealizan, lo glorifican, lo convierten en un espectáculo. ¿Cómo es posible que mientras las familias lloran la pérdida de sus seres queridos, mientras las madres buscan una pista, un hueso, una prenda, un pedazo de esperanza en el lugar equivocado, la industria audiovisual se dedique a romantizar la violencia? ¿Acaso no comprenden el profundo dolor que se inflige al pueblo mexicano con esta apología del crimen?
La fascinación por el poder que arroja el narcotráfico, la atracción por la ostentación y el lujo ilegal, se presenta como una narrativa emocionante, un drama de acción y traición que atrapa al espectador. Se obvian las consecuencias de este género de vida, el dolor de las víctimas, la destrucción de comunidades, el terror que empapa muchas regiones de nuestro país. La sangre se convierte en un espectáculo, la muerte, en un producto de consumo, y los criminales, en personajes de ficción.
La pantalla se ha convertido en un vehículo para blanquear la brutalidad del narcotráfico, para normalizar la violencia y la corrupción, para justificar la impunidad. Y lo peor es que no solo se gloria al narcotráfico, también se le da cabida a cultos diabólicos como la santa muerte entre otros. Se presenta la violencia como algo natural, como un componente de la vida cotidiana, alimentando una cultura del miedo y la resignación que nos empobrece como sociedad.
En este contexto, la restitución de la verdad, la denuncia de esta terrible realidad, la lucha por la justicia, se vuelven necesarias más que nunca. Exigimos que los medios de comunicación asuman su responsabilidad y dejen de romantizar el crimen. Que se atrevan a mostrar la verdadera cara de la violencia, que den voz a las víctimas, que acompañen la lucha por la justicia y el fin de la impunidad. La pantalla no puede ser un arma de destrucción masiva de la conciencia nacional. Exigimos que se convierta en un instrumento que nos ayude a construir un futuro mejor, un futuro sin violencia, sin corrupción, sin impunidad.
La pantalla no puede ser cómplice de la deshumanización del pueblo mexicano. La pantalla no puede ser un arma de destrucción masiva de la conciencia nacional. La pantalla tiene que ser un instrumento para construir un futuro mejor.
Exigimos que los medios de comunicación asuman su responsabilidad social y que se comprometan a mostrar la realidad de México como un país que lucha por la justicia y la paz.
No podemos permitir que la pantalla se convierta en un instrumento para perpetuar el dolor y el sufrimiento del pueblo mexicano. Debemos exigir que se convierta en un instrumento que nos ayude a construir un futuro mejor.
Exijamos un cambio en la narrativa. Exijamos que la pantalla refleje la realidad y no la distorsione.
Exijamos un futuro mejor para México.
La pantalla tiene que convertirse en un instrumento de cambio, en un motor de transformación, en un vehículo para la construcción de una sociedad más justa y más humana. No podemos permitir que se convierta en un instrumento de destrucción.
Que los medios de comunicación cumplan con su responsabilidad social y que se comprometan a mostrar la realidad de México con responsabilidad y con un compromiso real con la verdad.
Que pantalla sea un instrumento para construir un México mejor.