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Profanación

Hoy, al observar con creciente indignación los abominables actos de profanación que han tenido lugar sobre el altar mayor de la grandiosa Basílica de San Pedro, no puedo contener el repudio que me embarga, esto no es un simple acto vandálico; es una atrocidad, una alarmante afrenta a la fe de millones de católicos en todo el mundo, este acto no solo ridiculiza la reverencia hacia un sitio sagrado; es, sin lugar a dudas, una declaración de guerra directa y burda contra nuestra espiritualidad, nuestras tradiciones y la esencia misma de nuestra vida católica.

¿Cómo hemos permitido que esto ocurra? ¿Cómo hemos llegado a un punto donde algunos, con total impunidad, se sienten con el derecho de pisotear lo que consideramos divino? La cruda realidad es que de manera trágica, hemos contribuido a esta situación al dejarnos envolver por el silencio y la apatía, al dejar de defender la verdad y los principios que forman el núcleo de nuestra fe, al mirar hacia otro lado cuando se atacaban nuestras creencias, hemos alimentado una cultura de desprecio que hoy se manifiesta en violencias perpetradas por el odio y la intolerancia.

No podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando que situaciones de persecución, como las que nuestro pueblo católico vivió durante la Guerra Cristera en México, se repitan, en aquellos oscuros capítulos de nuestra historia, la fe fue perseguida, sacerdotes fueron asesinados y templos fueron destruidos hoy, es absolutamente intolerable que, en pleno siglo XXI, aquellos que amenazan nuestra fe lo hagan con impunidad, desafiando nuestra devoción y burlándose de nuestros valores.

Cada ofensa, cada intento de menoscabar lo que consideramos sagrado, nos toca a todos como comunidad, ¡Es hora de que nuestra indignación se convierta en un grito unificado de resistencia! No podemos permitir que la profanación y el desprecio se conviertan en la norma, rabia que siento debe ser un sentimiento compartido por todos los católicos del mundo, es un repudio, un llamado a la acción, a defender con firmeza nuestra fe y nuestros lugares sagrados, no podemos quedarnos callados cuando se asesinan sacerdotes en todo el mundo, cuando persiguen religiosos y religiosas, fieles.

Nuestra fe no debe estar sujeta a la burla y al desprecio, hoy debemos levantarnos y exigir con toda la fuerza posible, el respeto que nos merecemos, el tiempo de la pasividad ha pasado; la defensa de nuestro patrimonio espiritual exige acción valiente, tangible y resuelta, no es suficiente rezar en las sombras, esperando que nuestros clamores sean oídos, necesitamos un levantamiento fervoroso y decidido.

La indignación que sentimos ante estos actos no es una emoción pasajera, es un combustible que puede y debe ser utilizado para unirnos y actuar, cada católico debe sentir este repudio, esta obligación de defender nuestra existencia, nuestra fe y comprender que el silencio ha sido el cómplice de quienes buscan destruir lo que amamos.

Es hora de que el eco de nuestras voces resuene en todos los rincones del mundo, reafirmando que nuestra fe es fuerte y digna de ser resguardada, defendida espiritual y físicamente.

Hoy, más que nunca, llamo a cada católico a desatar la ira de la indignación, transformándola en una fuerza de resistencia que proteja nuestros santuarios, nuestras tradiciones y nuestras comunidades, no somos solo una comunidad pasiva; somos un cuerpo vivo que necesita unirse en esta batalla por la verdad, que nuestro repudio contra lo inaceptable se convierta en un clamor potente que haga eco en cada iglesia, en cada hogar y en cada rincón donde se celebre nuestra fe.

En este momento crítico, debemos recordar que no solo defendemos nuestra propia fe, sino un legado que ha perdurado a través de los siglos, la defensa de la verdad es un deber sagrado y una responsabilidad compartida, que esta indignación nos lleve a actuar, a organizarnos, a hacer oír nuestra voz sin miedo ni reservas, en este esfuerzo, que cada gesto, cada oración y cada acto de valentía signifique una defensa inquebrantable de nuestra identidad católica.

Es un llamado urgente a todos los católicos: ¡No más silencios! No podemos permitir que la profanación y la intolerancia sigan creciendo, debemos ser heraldos valientes de nuestra fe, erigiéndonos firmemente contra la oscuridad y proclamando nuestra luz con la fuerza y la dignidad que nos otorga ser hijos de Dios, nuestra rabia debe convertirse en acción, nuestro repudio debe materializarse en defensa y juntos con un corazón lleno de convicción, seamos los guardianes de la fe que hemos heredado y que debemos proteger.

¡Es nuestra hora de actuar! ¡Basta de Catolicofobia!