En América del Norte enfrentamos una amenaza que ha trastocado nuestras vidas, nuestras economías y nuestras instituciones: los cárteles de la droga, estas organizaciones ya no son meros grupos criminales, sino auténticas multinacionales del crimen, corporaciones despiadadas que han perfeccionado sus métodos hasta operar como una empresa globalizada, igual que una empresa multinacional, cuentan con redes extensas de producción, distribuidores, intermediarios, mecanismos financieros y un control casi total sobre sus «mercados», alimentados a través del miedo y la violencia, pero a diferencia de las empresas legales, los cárteles han construido su imperio sobre los cimientos de la corrupción, la sangre y el terror, extendiendo sus tentáculos hacia cada rincón de nuestras sociedades.
A través del miedo, la cooptación y la normalización del caos, han logrado infiltrarse en todos los niveles de nuestras comunidades y gobiernos, su mayor victoria es que han sabido explotar las debilidades inherentes de nuestro sistema regional, al operar en territorios fragmentados –donde cada país enfrenta el problema de manera aislada– los cárteles han desarrollado una capacidad de adaptación que les permite esquivar controles, infiltrarse en instituciones y explotar nuestras divisiones políticas, esto sin embargo, plantea una pregunta fundamental: ¿cómo se les derrota?
La solución no puede limitarse únicamente a atacar al monstruo que los cárteles son hoy, operando a escala multinacional con billones de dólares en circulación, hay que abordar el problema desde su base, desmantelando no solo la estructura de estos imperios criminales, sino también los entornos que les permiten florecer, allí es donde entra en juego una estrategia generalmente aplicada a fenómenos urbanos y sociales, pero que es extremadamente útil para esta batalla: la teoría de las ventanas rotas.
Si en un vecindario se deja una ventana rota sin reparar, esto envía un mensaje subliminal de permisividad que incentiva conductas desordenadas, al no afrontarse de manera decidida los pequeños problemas, se genera un efecto dominó que escala y convierte un entorno en un espacio caótico y gobernado por el deterioro social y la delincuencia, esta teoría surgió para analizar fenómenos locales, su premisa es fundamental para enfrentarnos al narcotráfico y a los cárteles, porque si algo han demostrado estas organizaciones criminales es que su poder se alimenta de la impunidad frente a las «pequeñas grietas» en el sistema, hasta transformar estos espacios de descuido en sus bastiones operativos.
En el caso de los cárteles, las «ventanas rotas» son las comunidades vulnerables donde las autoridades han sido desplazadas o donde estas nunca lograron consolidar su presencia, comunidades olvidadas, sin oportunidades económicas ni servicios básicos, se convierten en territorio fértil para los cárteles, las puertas se abren por miedo, desesperación o simplemente supervivencia, a medida que los cárteles logran afianzarse en estos espacios de abandono social, se convierten en algo más que grupos externos delictivos: se insertan en la comunidad, aquí es donde «reclutan soldados», lavan dinero, generan lealtades y establecen su autoridad.
Pero las «ventanas rotas» no sólo existen en barrios pobres o zonas rurales aisladas, este principio también aplica a los sistemas institucionales que han sido corrompidos, cada funcionario sobornado, cada denuncia que no se investiga, cada cargamento de drogas o armas que pasa sin ser inspeccionado, es una «ventana rota» cuya reparación ignoramos, estas grietas en el sistema envían un mensaje claro: el crimen puede operar impune.
Por lo tanto, la verdadera batalla contra los cárteles comienza en la base: atacando las ventanas rotas y cerrando los espacios que ellos utilizan para afianzarse.
Si bien el objetivo final es derribar la estructura multinacional de los cárteles, su debilidad está justamente en los escenarios locales y específicos donde construyen su poder desde abajo, un enfoque estratégico basado en la teoría de las ventanas rotas requiere actuar en varios aspectos interconectados:
Ningún cártel puede florecer sin comunidades que han sido marginadas o excluidas, comunidades que no eligen por voluntad propia al narcotráfico como su gobernante, sino que muchas veces no tienen otra opción, las estrategias de desarrollo deben enfocarse en estas áreas: llevar servicios públicos, fortalecer la educación de calidad, crear oportunidades económicas y establecer presencia estatal que sea confiable y efectiva, donde la gente tenga alternativas reales, los cárteles perderán terreno.
En muchas de las zonas donde los cárteles operan, la violencia se ha vuelto la norma, masacres, secuestros, extorsiones y enfrentamientos armados surgen como parte del «día a día», la seguridad pública debe recuperar su papel estabilizador en estos territorios, no con medidas puramente represivas, sino con acciones de reconstrucción comunitaria que incluyan desde la restauración física de espacios públicos hasta programas sociales que atiendan el trauma colectivo, cada extorsión sin castigo, cada asesinato no investigado es una «ventana rota» que fortalece la percepción de que el Estado no tiene control.
Los cárteles no operan únicamente porque son violentos, sino porque son hábiles en infiltrar sistemas completos ¿De qué sirve atrapar a un narcotraficante si puede sobornar para salir de prisión?, ¿Qué se gana con detener un cargamento, si los funcionarios corruptos dejan atravesar 10 más?, aquí es donde un frente común entre México, Estados Unidos y Canadá resulta vital: establecer mecanismos conjuntos para investigar, sancionar y erradicar las redes de corrupción que les permiten a los cárteles operar como empresas imparables, cada funcionario corrupto removido y encarcelado es una ventana reparada.
Otro punto crucial es romper la columna vertebral de estas multinacionales del crimen: el dinero, los cárteles funcionan porque tienen acceso a sistemas globales que hacen “limpio” dinero «sucio», es necesario que los tres países implementen una estrategia trilateral coordinada para identificar, rastrear y confiscar flujos financieros ilícitos, incluso un pequeño flujo de dinero sin rastrear es dejar una «ventana rota» abierta para que el negocio criminal prospere.
La demanda de drogas ilícitas, especialmente en Estados Unidos y Canadá, es una de las grandes ventanas rotas del sistema, mientras exista esa demanda, habrá oferta, el consumo debe atacarse como un problema fundamental de salud pública, invertir en programas de prevención, tratamiento de adicciones y campañas educativas es clave para reducir el incentivo que alimenta a los cárteles, así como las redes de venta minorista de cada colonia, vecindario o ciudad.
Para que todo esto funcione, es necesaria una cooperación plena entre los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá, si los cárteles actúan como empresas multinacionales, nosotros debemos enfrentarlos como una coalición regional igualmente eficaz, cohesionada y estratégica, lo que implica no solo compartir inteligencia y recursos, sino alinear las prioridades políticas para reparar las ventanas rotas a nivel local, nacional e internacional.
México debe recuperar las zonas donde los cárteles representan el único poder visible, impulsando tanto programas de seguridad como proyectos de inversión social, Estados Unidos debe asumir la responsabilidad del flujo de armas y la demanda interna que financian a los cárteles, cerrando sus propias «ventanas» legales y económicas, Canadá debe reforzar su papel para supervisar el lavado de dinero y combatir las redes locales asociadas al narcotráfico.
Los cárteles han crecido creando y explotando el caos, tanto en nuestras comunidades como en nuestras instituciones, arreglar las ventanas rotas de América del Norte no es solo una estrategia de control del crimen, sino una oportunidad de reconstruir sociedades más equitativas y fuertes desde la base, cada territorio que recuperemos, cada sistema que hagamos más transparente y cada vida que salvemos será un golpe irreversible para el poder de estas multinacionales criminales.
La clave para derrotar a los cárteles no está solo en atacar sus líderes o redes globales —aunque sea necesario— sino en arrancar las raíces de su poder: el abandono, la corrupción y la permisividad, porque si dejamos aunque sea una ventana rota sin reparar, les estaremos invitando a quedarse.