¿Es positivo llamar a no votar en la elección de jueces en México?
Observo con preocupación el rumbo de nuestro sistema de justicia, me detengo a reflexionar sobre una pregunta que resuena con fuerza en estos tiempos de cambio: ¿es positivo, moralmente justo y verdaderamente útil, hacer un llamado a no votar en la elección de jueces que propone la reforma judicial de 2024? No es una cuestión que se resuelva con respuestas simples o impulsos momentáneos, pues implica mirar de frente el corazón de nuestra democracia, los anhelos de un pueblo que exige justicia y las sombras que amenazan con oscurecer ese camino, la respuesta requiere un ejercicio de introspección, un balance entre la indignación ante lo que no funciona y la esperanza de construir algo mejor.
La reforma judicial, aprobada el 15 de septiembre de 2024, llega con una promesa ambiciosa: transformar el Poder Judicial, hacer que los ciudadanos, con su voto, elijan a los jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte, un cambio que, según sus promotores, busca arrancar de raíz la corrupción y devolver al pueblo una justicia que por décadas ha sentido lejana, elitista, intocable, es difícil no empatizar con esa aspiración, quién no desea un sistema judicial que sirva al bien común, que sea un punto de equidad en un país donde la impunidad ha sido una herida abierta, sin embargo, al mirar más de cerca, surgen inquietudes que no podemos ignorar, la posibilidad de que el partido en el poder moldee la selección de candidatos, los requisitos mínimos para ser juez –apenas cinco años de experiencia jurídica y unas cartas de recomendación– que parecen insuficientes para garantizar competencia e imparcialidad y los temores, expresados por organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de que la politización o incluso la sombra del crimen organizado puedan infiltrarse en este proceso ( ya se comprobó), estas grietas en el diseño de la reforma ya son motivo de duda, pero hay un detalle que agrega una capa más de desconfianza: los votos no serán contados directamente por los ciudadanos en las casillas, ni las boletas no utilizadas serán anuladas, este vacío en la transparencia del proceso electoral levanta una pregunta dolorosa, ¿puede un sistema así garantizar una elección que refleje la voluntad del pueblo o estamos ante un mecanismo que lejos de fortalecer la justicia, podría fragilizarla aún más?
Frente a estas inquietudes, la idea de un boicot, de alzar la voz y decir “no” al voto, aparece como un eco natural de la frustración, un acto de resistencia que busca alertar sobre los peligros de una reforma que, aunque bien intencionada, podría llevarnos por un sendero equivocado, pero ¿es este el camino? Un llamado a no votar puede ser un grito poderoso, una forma de señalar que no estamos dispuestos a avalar un proceso que arriesga la independencia judicial, que pone en juego la imparcialidad de quienes deben impartir justicia, que abre la puerta a manipulaciones en un contexto donde la confianza en las instituciones ya pende de un hilo, sin embargo, este gesto no puede ser un arrebato, una chispa que se apaga en la indiferencia, para que un boicot sea positivo, debe cumplir con un propósito claro y elevado, debe nacer de una crítica profunda, que no solo denuncie la opacidad del conteo de votos, la fragilidad de los criterios para seleccionar jueces o los riesgos de politización, sino que también ilumine el camino hacia una justicia mejor, debe exigir, con claridad y firmeza, un sistema de selección de candidatos transparente, requisitos que aseguren jueces capacitados y medidas que blinden al Poder Judicial contra cualquier forma de captura, ya sea política o criminal y debe ante todo, evitar que el rechazo se convierta en un vacío, en una renuncia que deje el destino de la justicia en manos de quienes se aprovechen de la baja participación o que agrave la inestabilidad social, como hemos visto en las protestas y tensiones que han sacudido al país desde la aprobación de la reforma.
La democracia nos llama a ser protagonistas, a no quedarnos al margen cuando se trata de moldear el futuro de nuestra sociedad, abstenerse de votar es un acto grave, una excepción que solo encuentra justificación cuando el sistema mismo traiciona los valores que dice defender, en este caso, las dudas sobre la transparencia electoral, la independencia judicial y la capacidad de la reforma para producir un sistema más justo son razones suficientes para considerar un boicot, pero este no puede ser un fin, debe ser un medio, un puente hacia un cambio real, un llamado a no votar debe ser una voz que despierte conciencias, que movilice a los ciudadanos, que exija una justicia que no solo sea del pueblo, sino para el pueblo, en un México donde la desconfianza y la impunidad han marcado nuestro camino, no basta con señalar lo que está mal, debemos atrevernos a soñar con lo que puede estar bien, un sistema judicial que sea un pilar de equidad, un refugio para los más vulnerables, un baluarte contra la corrupción.
Por eso creo que un llamado a no votar puede ser positivo, pero solo si se levanta con una convicción clara, con una crítica que no se quede en la queja, sino que proponga un rumbo, que exija transparencia en el conteo de votos, autonomía para el Poder Judicial y jueces que encarnen la justicia que anhelamos, solo si es un acto de resistencia activa, que no se rinda ante la apatía ni alimente la polarización, será un paso hacia adelante, el futuro de la justicia en México no se decide solo en las urnas, se decide en nuestra capacidad de imaginar un país mejor y trabajar incansablemente por él, que este llamado si lo hacemos, sea un eco de esperanza, un compromiso con una justicia que honre la verdad, la equidad y el corazón de nuestro pueblo.